Monólogo de una madre, mientras se mece en el sillón del tiempo.

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Ya falta poco, solo unos días y estará aquí. Siempre que regresa es como si nunca se hubiera ido. Aunque aquí, en mi corazón, está siempre conmigo. El corazón de una madre no cree en distancias, ni ausencias, no las entiende ni acepta. Esto de no verlo todos los días, es duro, solo yo sé de este dolor. Levantarme y no verlo, usar besos gastados de tanto uso y abuso, mirar fotos, hablar de él, hacerlo presente cada día a fuerza de recuerdos. Ahora tengo sus escritos, los releo, los aprieto contra mi pecho, cada palabra es un abrazo, cada frase un beso y un te quiero.

Nunca me dice cuando está enfermo, no le gusta preocuparme, ni cuando tuvo la fractura del tobillo me dijo nada. No sé cómo se las arregló 2 meses sin trabajar y no dejo de enviarme nunca el dinero, ni llamarme, hasta fotos me enviaba; claro nunca dejaba que se le viera el yeso. No puedo reprocharle que me oculte cuando está enfermo, lo aprendió de mí. Nunca les dije cuando me sentía mal, hasta les negaba que tenía fiebre para seguir haciendo los quehaceres de la casa y atenderlos.

Mañana debe llamarme, le encanta hacerme reír, creo que mi risa le hace bien, le es necesaria. Como si cada semana tuviera que renovar su provisión de mis risas y usarlas una a una, ante cada problema o tristeza que enfrente. Sus ocurrencias, sus halagos, siempre terminan haciéndome reír, siempre ha sabido hacerme sonreír por muy triste que estuviera.

Recuerdo la primera vez que le dije que no quería que llorara el día que yo no estuviera. Que no quería que sufriera, que me iría sin que me debiera nada, que todo me lo había dado en vida, solo me abrazo fuerte y me beso mientras me decía al oído, prometido. En otra ocasión le dije que sentirse querida como él me quería, era tener la gloria en la vida. No me dijo nada, sus ojos inundados en lágrimas hablaron por él. En eso salió a mí, en llorar fácil, aunque saco el carácter fuerte de su padre y lo peleón de él. Aunque conmigo nunca pelea, ni siquiera cuando salía y al besarlo le decía; ¿A dónde vas? ¿A qué hora vienes? Solo me miraba y yo le decía; ay mi hijito es la costumbre, dime lo que quieras, pero no puedo evitarlo. Volvía a besarme y reíamos juntos.

Ay mi hijito, siempre te dije que no quería morirme dejándote de este lado del mar. Fueron muchos años soñando con irte. Tu primer intento de salida, me destrozó, nunca lloré tanto en mi vida. Después comprendí que era lo mejor para ti. Los hijos crecen, les damos alas para que vuelen, no para que se queden a nuestro lado. Las mismas alas que te di, te traen a mí en vuelo necesario, recurrente.

Te he dicho un montón de veces que quiero verte con una pareja buena. Te niegas a enamorarte, a veces pienso que lo haces para atarme a la vida, para obligarme a seguir aquí, al alcance de una llamada o de un vuelo. Quiero conocer a esa persona especial y poderme ir tranquila, pero te prometo vivir un poco más con tal que decidas tener alguien a tu lado. Cuando vengas, hablare contigo sobre eso, haremos un pacto.

Hace días me dijiste que podría dejar de cocinar a los 100 años, ¿Cuantos años piensas que voy a vivir? Siempre me dices que vendrás a celebrarme los 100 años y pondrás un cartel enorme frente a la casa, ¡Mamá cumple cien años! Eres tan cabeciduro que sé que lo vas a lograr. Cuando se te mete algo entre ceja y ceja, no paras hasta lograrlo.

Un día te enfrentaste a la muerte por mí. Creo que ese día era mi hora, pero la muerte se encontró frente a frente contigo y no pudo vencerte. Recuerdo que estuviste toda la noche tomando mi mano, sujetándome a la vida. Yo, en mi estado, solo sentía un calor que venía de ti y llegaba hasta mi corazón, increíble, pero fue así. Me diste tu vida esa noche, casi toda. Cuando amaneció estabas deshecho y con la presión por la nubes, pero ya lo peor había pasado; la muerte se fue con las manos vacías, tu amor la derrotó y aquí estoy 14 años después, esperándote otra vez. Siempre te espero.

Ser madre es una carrera sin retiro, vacaciones, ni días libres. Si volviera a vivir quisiera volver a tener a tus hermanas y a ti junto a mí. Esta carrera sin retiro, es la mejor del mundo, la he disfrutado cada minuto. Llegar a mi edad y saberse querida, admirada, necesaria, es el mejor premio que me ha dado la vida.

Esta rodilla me está doliendo un poco, ya pronto se me quitara ese dolorcito. Cuando él llegue y me lleve a pasear por la ciudad, es como si mis achaques se escondieran o salieran corriendo, no quieren vérselas con él. Me encanta caminar de su brazo por la ciudad. La primera vez que me llevó por el centro histórico de la ciudad, le dije; ¡Que ganas tenia de caminar por aquí! No se lo decía a nadie, quería que fueras tú quien me trajera.

La gente pasa, me saluda, ni se imagina que estoy pensando en ti, en tu regreso. Cada regreso es una fiesta, soy tan feliz de saberte aquí, que hasta dormida soy feliz. Espero no hagas gastos este año, ya te dije que no tengo espacio para una blusa más, ni una batica de casa más. Cuando entenderás que el único regalo que necesito es tenerte junto a mi unos días, pasar el día de las madres contigo, mirarte y decirme una vez más; por instantes como este, ¡Vale la pena vivir 100 años!

9 thoughts on “Monólogo de una madre, mientras se mece en el sillón del tiempo.

  1. Espero que tus deseos se cumplan y que reunas a tu hijo lo mas breve posible La edad no importa porque tener un hijo cerca vale todo.

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