Panchita, una mujer, unos gritos y el futuro.

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Hacia años, muchos que Panchita había emigrado. Se fue de Cuba buscando una mejor vida para sus hijos. Le costó mucho trabajo decirle adiós a sus cosas, su casita y los tarecos que había acumulado durante tiempo, a sus amigas. Sus hijos fueron siempre lo primero para ella, por ellos daba la vida con gusto.

Juanito, su hijo mayor, era gay, lo habían botado de la Universidad. Se propuso ser autodidacta y se pasaba el día leyendo y estudiando, era un muchacho muy culto y muy serio. Un día lo cogieron en una redada, saliendo del ballet. Cuando Pancha se enteró, se volvió una fiera. Hasta la estación de policía fue Panchita, dispuesta a todo. El jefe de la estación lo soltó, con tal de no oír sus gritos, era una leona enfurecida.

Martica, dejo el pre, cuando se enamoró de Manolo, un galleguito que visitaba La Habana de vez en cuando y le lleno la cabeza de pajaritos. Después que la abandonó, quiso ser bailarina, paso las pruebas del grupo de danza con notas sobresalientes. Cuando fueron a verificar su conducta a la cuadra, escribieron con letras bien grandes en el informe; RELACIONES CON EXTRANJEROS, no la aceptaron en el grupo de danza.

Cuando Panchita vio la oportunidad de irse para Miami con sus dos hijos, no lo pensó dos veces. Se presentó con ellos en el lugar donde le dijeron que iban los que eran “escorias” y tenían antecedentes penales. Le costó trabajo llegar. Los gritos de, ¡Pin pon fuera, abajo la gusanera!, resonaban en sus oídos. Los golpes que le daban a muchos y los huevos que tiraban, asustaron a sus muchachos. Detener a una leona con sus cachorros, no es fácil, Con Juanito y Martica de sus manos logró llegar hasta el oficial y mirándolo a la cara le dijo.
– Él es maricón y ella puta, tiene relaciones con extranjeros. Lo pueden verificar en la cuadra, si quieren que se vayan, me tienen que mandar con ellos.
– Apunten a estos dos y a la vieja, en el grupo que sale mañana.
Llegaron a Miami. Las primeras noches, Pancha se despertaba sobresaltada, los gritos de, ¡Pin pon fuera, abajo la gusanera! ¡Que se vayan, que se vayan! Resonaban en sus oídos, le provocaban pesadillas. Allí, no conocían a nadie, pero Pancha, logro abrirse paso, poco a poco. Tenía tres trabajos, llegaba agotada a casa, pero feliz.

Juanito, logró una beca en la Universidad. Sus horas dedicadas a estudiar le valieron de mucho. Sus notas fueron las mejores siempre. Martica, termino el high school y después matriculó en una escuela de ballet con una profesora que había sido primera bailarina de Ballet Nacional de Cuba y que le contaba historias de Lagos y Giselles.

Los años pasaron. Juanito se graduó de médico, termino su especialidad, logro ser un profesional exitoso. Martica logró ser bailarina, aunque no llego a ser primera figura, cumplía su sueño de bailar. Panchita era feliz y mucho, con el éxito de sus hijos, verlos felices la compensaba de nostalgias y ausencias. Todas las noches le daba las gracias a la virgencita de La Caridad del Cobre por haberle dado el valor de cruzar el mar en una lanchita, porque aquellos gritos de ¡Pin pon fuera, abajo la gusanera! ¡Que se vayan, que se vayan! Y los golpes, no le hubieran quitado la fuerza y el empuje para sacar a sus hijos de Cuba.

El tiempo, los años, las penas tal vez, le jugaron una mala pasada a Panchita. El Alzheimer se llevó sus recuerdos, su razón. Los amigos de Juanito, le aconsejaron que la pusiera en un “home”, donde la cuidaran bien, que él, por su trabajo, no podría cuidarla. Hasta su pareja le dijo que sería lo mejor buscarle un buen lugar e irla a ver los fines de semana. Juanito fue tajante.
– Esa vieja es mi vida, lo arriesgo todo por mí y por mi hermana, nos defendió con dientes y uñas. Si tengo que dejar de trabajar lo hare, pero mi viejita se queda conmigo, si quieres vete tú, ella se queda.
– No Juanito, no me voy, si es tu decisión, la cuidaremos juntos. Tranquilo nene.

Entre Juanito, su pareja y Martica, cuidaban de Panchita. Ella no los reconocía. Cuando alguien visitaba la casa y la saludaban, ella solo decía.
– Estos muchachos, no sé quiénes son, pero son de oro, me cuidan como si fueran mis hijos. Sonreía y volvía a su labor de darle brillo a todos los objetos con un pañito que siempre tenía en la mano.

Una noche, mientras Panchita dormía en el reclinable, Juanito y Martica estaban viendo la televisión. Martica que nunca fue muy buena en el inglés, le pidió que cambiara a un canal hispano para escuchar las noticias. Empezaron a narrar lo que había pasado en otro país, durante una reunión muy importante. Cuando pasaron el video de lo sucedido y en la sala resonaron los gritos de, ¡Pin pon fuera, abajo la gusanera! ¡Que se vayan, que se vayan! Juanito y Martica, se quedaron atónitos. Panchita se levantó del reclinable, los tomo de la mano y les dijo.
– No tengan miedo mis niños, yo estoy aquí para cuidarlos. Vamos Juanito, vamos Martica, que unos gritos y unos golpes, no impedirán que nazca el futuro.

Fotografia de Yohandry Leyva.

14 thoughts on “Panchita, una mujer, unos gritos y el futuro.

  1. Preciosa historia, sobre todo muy importante el tema que aborda, nuestros mayores son el tesoro de la familia pero han pasado al olvido. Gracias por este mensaje que a muchos rozara muy de cerca.

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  2. Que disyuntiva Jose, el resistirse a olvidar; pero el dolor de recordarla y vivirla de esta manera. Por los que quedan allá, será la segunda…

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  3. Sin palabras, historias que aunque parezcan novela , son reales, gracias Jose, gracias, muy bello sobre todo que es una historia con un tristemente final feliz!!!

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  4. Bella historia se de otras parecidas pero esta me llegó al corazón valiente madre ojala yo hubiera tenido esa valentia otra hoy fuera mi historia

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