Cuba en nuestras almas, ¿Huella, cicatriz o herida?

Identidad-Arian-García-

Sergio, con sus 80 años a cuestas, parquea su auto, se baja, camina hacia la cafetería. Tomarse todas las tardes su café cubano en esa esquina, es todo un ritual. Guayabera impecable, la bandera cubana, pequeñita, reluciente, imprescindible, prendida en el bolsillo de la izquierda. El olor del café, las muchachas que lo preparan, las fotos de Cuba en las paredes, lo transportan a esa Habana de los 50s, donde transcurrió su juventud, donde quedaron sus sueños, sus recuerdos y sus ansias. Se acerca al mostrador, pide su café. Junto a él, Yohandry, un joven cubano de 29 años saborea su café mientras mira con deseo el cuerpo de Yeni, la muchacha que esta limpiando el mostrador. Se voltea, ve a Sergio, nota la bandera cubana en su guayabera blanca y sonríe.

– Cubano, ¿verdad? ¿Qué tiempo llevas en Miami?
– Si, cubano. Llevo aquí toda una vida, desde finales del 59. Aquí me casé, vì nacer a mi hijo, aquí he vivido y soñado con mi patria.
– ¡Tanto tiempo! Ya ni debes acordarte de Cuba, eres más gringo que cubano.
– Cuba no se olvida. Cuba no es una banderita en el auto o en la guayabera; Cuba es una gran bandera, prendida en el alma, para siempre. Es como una cicatriz en el alma, una herida abierta o una huella imborrable.

Yohandry lo miro, sonrío, se abrió la camisa. Ahí sobre su pecho, justo en el lado izquierdo, una banderita cubana ondeaba al ritmo de los latidos de su corazón.

– Me quisieron joder los recuerdos y el alma. Cuando estaba a punto de graduarme de periodismo, escribí un ensayo crítico sobre la necesidad de la libertad de prensa en Cuba. Al día siguiente me notificaron que había sido expulsado de la Universidad. De aquel discurso largo del rector, solo recuerdo que la gente como yo, no era digna de ejercer la profesión de periodista. Quise hablar, argumentar, no me dejaron. Creí volverme loco, sentí que mi vida se derrumbaba. Cuando llevaba una semana tirado en la cama, sin ganas, ni fuerzas para nada, la vieja entró una tarde a mi cuarto, se sentó en mi cama. Mirándome a los ojos me dijo.
“Mira mi hijo, la vida es dura, es hermosa, pero dura. Uno, sin querer, sin proponérselo, a veces tiene que vivir muchas vidas. En cada una de ellas debe imponerse triunfar, no dejar que lo destruyan, que lo amarguen. No pierdas la sonrisa, ni las ganas mi hijo, no dejes de luchar. Que este golpe de ahora, deje en ti una huella, unas ganas enormes de hacer y de triunfar. Que no te quemen el resentimiento, ni el odio. No puedes estudiar periodismo en la Universidad de La Habana, pues lo estudias en otra. Tu padre ya puso tu reclamación, yo lo autorice, quiero que triunfes mi hijo, que seas feliz, aunque para lograrlo tengamos que estar un tiempo separados. Mañana mismo empiezas a estudiar ingles y cambia esa cara, la vida es siempre un mañana. Demuéstrales a esos que te condenaron que tú tienes razón, que la libertad de prensa existe y que tú la vas a practicar“.
Así estudie ingles mientras esperaba la salida. Ya llevo aquí 3 años, en un mes me gradúo de periodista y empezare a trabajar en un periódico local. He colaborado con varios periódicos importantes. Estoy viviendo otra vida diferente de la que pensé vivir, pero la disfruto. Este tatuaje me lo hice al año de estar aquí, no para que me recordara a Cuba, fue como un intento de visualizar la huella de Cuba en mi alma, si te fijas al lado de la banderita dice Luisa, es el nombre de mi madre.
– Cuba no se olvida, es como la madre mayor, esta siempre ahí, en nosotros, una huella tremenda, una cicatriz que duele.

Mientras hablaban, Tony llego a la cafetería, pidió su café y una empanada de pollo. Alcanzo a escuchar el final de la conversación.

– Perdonen que me meta, pero me gusto esa frase de que Cuba era como la madre mayor. Yo también soy cubano. Vine cuando el Mariel, no vine, me mandaron. Vivía con mi abuelita, ella me crío y yo cuidaba entonces de ella, estaba ya viejita. Una noche que fui a Coppelia a ver a unos amigos, la policía nos agarro y nos mandaron para el Mariel, por escorias. Mi abuelita murió con mis cartas y una foto mía entre sus manos, yo hubiera dado todo lo que tengo, la peluquería, mi casa, los autos, el apartamento en la playa, ¡Todo! Por estar con ella en ese instante, pero no me dejaban entrar a Cuba. Ahora me dejan, pero soy yo quien no quiero ir. Cuba es como una herida que no se cierra del todo, que se queda a mitad de camino entre ser cicatriz o huella. Amo a Cuba, solo yo sé cuanto.

Enseño su cadena, de la que colgaba una banderita cubana montada en oro, la beso.
– Era de mi abuelita, una vecina me la trajo cuando mi abuela murió. Para mi Cuba y mi abuela son lo mismo, por eso lloro por las dos. Mis lagrimas mantienen húmeda la huella de Cuba y alivian la herida que tengo en el alma por ella.

Manolo, llevaba tiempo escuchándolos. Tomaba su café y movía la cabeza en gestos de negación. De pronto se volteo y les dijo.
– ¿Cuba? ¿Qué es Cuba? Yo prefiero olvidarla, sacarla de mi cabeza. Mi patria es la casa que tengo en Kendal, mi auto, esta es mi patria, desde hace 20 años. Mi madre esta allá, no quiere venir, le he dicho que yo no pienso ir, ni por un día y que no mandare un centavo porque después se lo embolsilla el gobierno, así de clarito.

Sergio se le encaro indignado, el rostro rojo y las manos agitándose en el aire.

– Yo vine mucho antes que tú, no tengo casa propia, ¿Sabes por que? Porque siempre estuve dispuesto a regresar, a hacer libre mi patria, siempre me sentí como ave de paso. La única herencia que le dejo a mi hijo, es su carrera. Me pase la vida dando dinero para la libertad de Cuba y ayudando a todos los que llegaban. Para hablar de la patria hay que tener la boca y el alma muy limpias. La patria no es el lugar donde uno se llena la barriga o vive bien, la patria son tus raíces, tu vida, tu futuro, es la primera vez de un montón de cosas y eso no se olvida nunca, aunque recordar, a veces duela. Tú eres un aprovechado, uno de esos que si hubiera podido vivir bien en Cuba, le importaría un carajo lo que pasara allá. Yo me fui de Cuba, para salvar mi vida, no para llenarme la panza y vivir bien como tú.

Yeni, interrumpió su labor, el trapo en su mano dejo de limpiar el mostrador y casi choca con la cara de Manolo.

– Cálmese Sergito que le va a dar algo. Manolo da pena oírte hablar. Así que tu vieja pasando mas trabajo que un forro e’ catre en Cuba y tú dándotelas de van van aquí. Ponte pa’ tu numero, que cuando la vieja se muera no quiero que vengas aquí llorando. A mi madre no le falta nada, que mucho trabajo que paso de chiquitita. Mi abuelo era preso político, de los plantaos. Mi abuela le llevaba la jaba cada vez que había visita y mucha hambre que pasamos y mucha miseria que había en mi casa. Cuando mi abuelo salio, quiso venir pa’ Miami. Mi abuela le dijo, vete si quieres, aquí terminamos, yo no voy a dejar a mi viejita. Mi abuelito se le abrazo llorando, le dijo que no la abandonaría nunca. ¿Te imaginas la vida de mi madre? No, eso es mucho pa’ ti. Cada vez que cobro, separo su dinerito y se lo mando, cuando tenga la residencia, voy a verla. Ahora es ella quien no quiere dejar a mi abuelita sola y yo lo veo bien. Cuba es mi madre, es mi abuelita, es mi abuelo muerto, mi infancia y las lagrimas de una pila e’ gente que no voy a olvidar nunca. Manolo compadre, tú lo que eres es tremendo vive bien y tremendo comemierda.

Manolo paga, se va en su auto. No quiere seguir escuchando a esa gente. Desde el auto les grita.
– Si tanto les gusta Cuba, se hubieran quedado allá, partía e’ comemierdas.

Sergio hace un gesto bien cubano y alcanza a gritarle.
-¡Viva Cuba libre!

Yohandry mira a Yeni, sonríe, la acaricia con la mirada.

– Saben, el problema es que nosotros, los cubanos, somos del carajo y Cuba, Cuba es como la madre, algo muy nuestro, muy profundo. Por la madre somos capaces de todo.

Sergio lo mira orgulloso, le pone la mano en el hombro.

– Mi hijo es que la patria, no es un gobierno, ni un partido, no podemos cargarla con culpas ajenas. Yo he sufrido a Cuba y por Cuba, durante muchos años. Allá deje mi juventud, mi primer amor. Me traje a mi madre, a mis amigos, a mi hermano, pero los recuerdos se quedaron. Sabes, no quiero morirme sin reencontrarme con ellos y rendirles cuenta, sin volver a andar por mi Habana, aunque sea solo por un día. No soy un viejo amargado, doy gracias por mi vida, por la mujer que conocí aquí y que hace 40 años me acompaña y que junto a mí, aprendió a amar a Cuba, tanto como yo. Cuba puede ser como una huella enorme, imborrable, puede ser una cicatriz o una herida abierta, pero uno tiene que imponerse vivir y luchar por esa Cuba, no olvidarla. Recordarla con amor, sin resentimiento, con una sonrisa, ella nos espera. Solo amándola podremos un día convertirla en esa “patria con todos y para el bien de todos”.

Sergio, Yohandry, Yeni y Tony, se fundieron en un abrazo. Cuatro cubanos diferentes, muy unidos en el amor por Cuba, como cuatro banderas al viento o cuatro palmas esperando el mañana.

Fotografia de la obra Identidad de Arìan Garcìa.