Elena recorre la enorme casa vacía, abre las ventana, saca los perros al patio, enciende el televisor, se sienta en el sofá. Sin proponérselo hace un balance del año, mañana es Navidad y está sola. Uno a uno los recuerdos del año la golpean, su madre enferma, su estar a su lado hasta el último momento, cerrarle los ojos y darle el último adios. Su hijo lejos, esperando por la residencia que no llega y ella aquí en soledad, con sus recuerdos y sus penas, esperando un milagro.
Afuera hay fiestas, sus vecinos se han impuesto celebrar la Nochebuena, más allá de de escaseces y tristezas. A su amiga Juana le regaló unos cuc para que pudiera comprar algo de carne de puerco y celebrar con su familia, a su vecina Micaela le prestó un mantel y a Yeni un vestido para que no tuviera que avergonzarse en la fiesta con sus amigas.
Elena siempre ha sido una buena mujer, su casa y su corazón es el refugio donde llegan muchos a buscar ayudas y consuelo. Ahora está sola, rechazó todas las invitaciones, prefiere quedarse en casa esta noche, con sus recuerdos, espera la llamada de su hijo que trabaja hasta tarde y le advirtió que no lo llamara por whatsapp, porque no podría responderle hasta tarde.
Arregla las bolas del arbolito, decidió ponerlo, a su madre le gustaba mirarlo con sus luces; esta segura que, de un modo u otro, las luces la guiaran en el regreso.
Recuesta la cabeza en el sofá, deja que las lágrimas hagan de las suyas, en los últimos meses han sido sus diarias compañeras.
Pancha, la vecina de al lado rompe el silencio de la mañana.
-Elena, mi santa tirame un salve, ¿tienes un pedazo de pan que me regales? El niño no quiere tomarse el jugo, si no tiene un pedazo de pan y tu sabes que en esta Habana conseguir pan, esta tan difícil como la carne e’ res.
-Mira aquí tienes, ayer compré bastante en la shopping, sabía que alguien me iba a pedir. Toma esta flauta completa y guardale al niño para mañana.
– Gracias mi santa eres un angel, igualitica que tu madre que Dios la tenga en la gloria.
Elena sonríe y olvida por un momento sus lágrimas y sus penas, hacer el bien, tiene esa magia, ese encanto. Regresa al sofá de la sala, es casi mediodía, no tiene hambre pero sabe que debe alimentarse, calienta el potaje y algo de pollo que quedó de ayer, se sienta a comer.
El timbre suena interrumpiendo su almuerzo. Abre la puerta. Es Anet, la vecina de enfrente
-Ay Elenita perdona te moleste pero no tenemos donde asar el puerco, el de la panadería se jodió con la harina de mierda esa con que están haciendo el pan ahora. ¿Tú serías tan buena de dejarme asar el puerco en tu horno?
-Si, traelo, voy a ir encendiendolo para que este caliente.
Mientras el puerco se asa en el horno, alguien toca a la puerta y grita desde la.puerta.
-Soy yo Pedrito , que se me rompió la cocina y no tengo donde hacer los frijoles negros y el arroz de está noche.
Mientra Elena le abre la puerta le dice.
– Trae todo y lo ponemos a cocinar, tengo aceite de oliva para que le pongas a los frijoles.
– Cuando yo lo digo, que tú eres la Madre Teresa de Calcuta del barrio.
Mientras conversan Ernesto, su eterno enamorado, entra con un saco al hombro.
– Elena, traje esta yuca del campo y en la casa no tengo agua pa’ lavarla, ni pa’ cocinarla.
-Lavala en el patio y cortala en pedazos para ponerla a ablandar. Tengo ajos y naranja agria para el mojo y así te la llevas lista.
Vuelve a sonar el timbre de la sala, la puerta está abierta, pero siguen tocando. Elena piensa, si quiere cocinar algo, tendrá que esperar, ya no me queda sitio en el fogón. Camina hacia la sala, allí de pie en la puerta está su hijo Alejandro. Elena no sabe si gritar, llorar o desmayarse de la alegria.
-¡Mi hijito, mi hijito, que sorpresa!
Se abrazan en uno de esos abrazos que cierran heridas y aseguran futuros; que detienen el tiempo en estallidos de felicidad.
Modesto, Pedrito, Cunda, Anet, Ernesto y Pancha, sonríen cómplices y felices mientras el arbolito de la sala se enciende sólo, como un sol o una estrela polar. Todo está listo en casa de Elena para una Navidad especial, no falta nadie. Un milagro en La Habana.
Fotografía tomada de Google