¡60años! Una vieja perdida en la historia.

Se levantó cansada, le pesaban los años.

Ya voy a cumplir 60 años, yo no soy la joven de hace años, repleta de sueños y promesas, soy una anciana, una vieja.

Entendía que se le acababa el tiempo y se sintió inútil e inservible. ¡60 años!¿ Qué he hecho con mi vida? Gritó, estremeciendo la historia y el futuro.

Quiso hacer un balance y no pudo, las lagrimas le impidieron continuar. Recordó sus inicios verdeolivos, con sueños y esperanzas, multitudes aclamándola , fueron sus mejores años; era joven y fuerte. Después decidió vestir de rojo, un color que nunca le quedó bien, que recordaba muertes, paredones y lágrimas de madres. Se fue debilitando cada vez mas, muchos la abandonaron. Se sintió culpable, le faltaron fuerzas para oponerse a medidas y designios y terminó siendo cómplice; con el rostro y las manos sucias para siempre.

De aquella joven que enamoró a muchos, que fue una esperanza, no quedaba nada. Se acarició arrugas y cicatrices, se miró al espejo, lo rompió; no tuvo valor para mirarse a los ojos. El espanto de su vida la estremeció, estaba al final del camino y no tendría una segunda oportunidad para enmendar errores. No le alcanzaria el colorete para maquillar su rostro, ni siquiera una buena cirugía estética podria mejorarla; era una vieja fea, ridícula, inservible; sin un logro para adornarse al final del camino.

No tenía valor para darse un tiro, para terminar de una vez absurdos y sin razones; seguiría así hasta, su cada vez mas cercano, día final. Burla de si misma, caricatura de consignas, pérdida para siempre en el camino de la historia .

Fotografía de Yohandry Leyva.

Navidad en La Habana.

Elena recorre la enorme casa vacía, abre las ventana, saca los perros al patio, enciende el televisor, se sienta en el sofá. Sin proponérselo hace un balance del año, mañana es Navidad y está sola. Uno a uno los recuerdos del año la golpean, su madre enferma, su estar a su lado hasta el último momento, cerrarle los ojos y darle el último adios. Su hijo lejos, esperando por la residencia que no llega y ella aquí en soledad, con sus recuerdos y sus penas, esperando un milagro.

Afuera hay fiestas, sus vecinos se han impuesto celebrar la Nochebuena, más allá de de escaseces y tristezas. A su amiga Juana le regaló unos cuc para que pudiera comprar algo de carne de puerco y celebrar con su familia, a su vecina Micaela le prestó un mantel y a Yeni un vestido para que no tuviera que avergonzarse en la fiesta con sus amigas.

Elena siempre ha sido una buena mujer, su casa y su corazón es el refugio donde llegan muchos a buscar ayudas y consuelo. Ahora está sola, rechazó todas las invitaciones, prefiere quedarse en casa esta noche, con sus recuerdos, espera la llamada de su hijo que trabaja hasta tarde y le advirtió que no lo llamara por whatsapp, porque no podría responderle hasta tarde.

Arregla las bolas del arbolito, decidió ponerlo, a su madre le gustaba mirarlo con sus luces; esta segura que, de un modo u otro, las luces la guiaran en el regreso.

Recuesta la cabeza en el sofá, deja que las lágrimas hagan de las suyas, en los últimos meses han sido sus diarias compañeras.

Pancha, la vecina de al lado rompe el silencio de la mañana.

-Elena, mi santa tirame un salve, ¿tienes un pedazo de pan que me regales? El niño no quiere tomarse el jugo, si no tiene un pedazo de pan y tu sabes que en esta Habana conseguir pan, esta tan difícil como la carne e’ res.

-Mira aquí tienes, ayer compré bastante en la shopping, sabía que alguien me iba a pedir. Toma esta flauta completa y guardale al niño para mañana.

– Gracias mi santa eres un angel, igualitica que tu madre que Dios la tenga en la gloria.

Elena sonríe y olvida por un momento sus lágrimas y sus penas, hacer el bien, tiene esa magia, ese encanto. Regresa al sofá de la sala, es casi mediodía, no tiene hambre pero sabe que debe alimentarse, calienta el potaje y algo de pollo que quedó de ayer, se sienta a comer.

El timbre suena interrumpiendo su almuerzo. Abre la puerta. Es Anet, la vecina de enfrente

-Ay Elenita perdona te moleste pero no tenemos donde asar el puerco, el de la panadería se jodió con la harina de mierda esa con que están haciendo el pan ahora. ¿Tú serías tan buena de dejarme asar el puerco en tu horno?

-Si, traelo, voy a ir encendiendolo para que este caliente.

Mientras el puerco se asa en el horno, alguien toca a la puerta y grita desde la.puerta.

-Soy yo Pedrito , que se me rompió la cocina y no tengo donde hacer los frijoles negros y el arroz de está noche.

Mientra Elena le abre la puerta le dice.

– Trae todo y lo ponemos a cocinar, tengo aceite de oliva para que le pongas a los frijoles.

– Cuando yo lo digo, que tú eres la Madre Teresa de Calcuta del barrio.

Mientras conversan Ernesto, su eterno enamorado, entra con un saco al hombro.

– Elena, traje esta yuca del campo y en la casa no tengo agua pa’ lavarla, ni pa’ cocinarla.

-Lavala en el patio y cortala en pedazos para ponerla a ablandar. Tengo ajos y naranja agria para el mojo y así te la llevas lista.

Vuelve a sonar el timbre de la sala, la puerta está abierta, pero siguen tocando. Elena piensa, si quiere cocinar algo, tendrá que esperar, ya no me queda sitio en el fogón. Camina hacia la sala, allí de pie en la puerta está su hijo Alejandro. Elena no sabe si gritar, llorar o desmayarse de la alegria.

-¡Mi hijito, mi hijito, que sorpresa!

Se abrazan en uno de esos abrazos que cierran heridas y aseguran futuros; que detienen el tiempo en estallidos de felicidad.

Modesto, Pedrito, Cunda, Anet, Ernesto y Pancha, sonríen cómplices y felices mientras el arbolito de la sala se enciende sólo, como un sol o una estrela polar. Todo está listo en casa de Elena para una Navidad especial, no falta nadie. Un milagro en La Habana.

Fotografía tomada de Google

Un pueblo, a falta de harina, amasa sueños, no pierde la esperanza.

Allá donde la esperanza habita, donde han perdido mucho; allá aún existen sueños.

Una pareja cuela algo que parece café , lo comparten mirándose a los ojos.

-No podremos casarnos este año, se opusieron iglesias y machistas .

-No necesito un papel para amarte hasta la muerte. Cuando el papel que nos niega los derechos ya no exista, tú y yo seguiremos juntos por la vida.

Saben que pueden quitarle todo hasta la vida, pero los sueños y las ganas están con ellos.

En un barrio cercano una madre prepara desayunos, al menos es su intento, su deseo. No hay pan sobre la mesa, pero ella no desmaya en alimentar a su hijo, su familia. Coloca silenciosa su pan de ayer en la mochila de su hijo, su rostro se ilumina; se alimenta de gestos y esperanzas y protege a su hijo contra todo; salva sus sueños, su futuro.

En la otra esquina Pancha saca cuentas, quiere preparar Nochebuena y no le alcanza. Se seca lágrimas, mira hacia el cielo; tendremos cena aunque sólo sea tomándonos las manos.

3 cuadras al sur, Luisa se sienta en el inmenso muro, recuerda al hijo ausente, se aprieta el pecho. Sabe que siempre estará ahí, lo aprieta fuerte. Sueña con regresos, libertades.

Pedrito intenta llamar a su abuela que habita entre nieves y abundancias. No le alcanza el saldo. Quisiera verla aunque sea sólo una imagen que le habla. No desmaya, recoge sus libros, sueña graduarse y poderse pagar un día, pan y conexiones. No espera milagros; sabe que los milagros se construyen, se hacen con las manos de los hombres.

Allá donde algunos prefieren no volver, un pueblo, a falta de harina, amasa sueños. Porque los sueños no escasean, no son planes incumplidos, metas tontas. No espera por ministros incompetentes o gobernantes que niegan libertades.

Se abrazan sin tocarse, decididos a esperar y nombrar el nuevo año, con un nombre con sabor a libertades, con pan y sueños sobre la mesa y en el alma; allá donde habita la esperanza.

Fotografía tomada de Google o tal vez de la página de Facebook de un amigo.

Pastora Soler vs intransigencia revolucionaria de nuevo tipo

Hace días supe de la cancelación o aplazamiento del concierto de Pastora Soler en Miami. Desconozco quienes son los organizadores de ese concierto, la mayoría de los productores y patrocinadores de este tipo de conciertos en Miami, están en mi lista de amigos en Facebook, a muchos los conozco personalmente. Pienso que el concierto debió darse el día programado, los admiradores y seguidores de Pastora, iban a repletar el teatro, más allá de noticias y manipulaciones, los que la critican e incineran no iban a asistir, con o sin almuerzo con langosta y Mariela Castro incluida.

Años de una sola opinión, de orientaciones de arriba, de asambleas terribles, donde discrepar era un acto suicida, han cambiado el mapa genético de algunos; la “intransigencia revolucionaria” ha cambiado de posición, pero sigue viva en muchos y la aplican total y despiadamente; para ellos discrepar de su opinión, puede ser también un acto suicida.

Pastora Soler es una figura internacional, una gran cantante con un carisma especial y alguien que se solidariza especialmente con la comunidad gay. Asistí a su primer concierto en Miami y la disfruté plenamente, tengo amigos muy cercanos que la aman especialmente y siguen su carrera.

En lo personal, a mi tampoco me gustó verla en esa foto que se hizo viral y lo comenté con amigos. Hubiera preferido verla visitando los presos políticos o abrazando a las damas de blanco; nos toca a nosotros contarle de la otra cara oculta de nuestra Cuba.

Vi videos de presentadores, felices de que el concierto había sido censurado, cancelado y descargando todo el fuego posible sobre Pastora, pidiéndole que hiciera lo que ninguno de ellos tuvo bolas de hacer cuando vivía en Cuba. Así están las cosas por Miami, intransigencia total; muchos hacen lo mismo que criticaban a gobernantes, hombres y partido.

Prefiero un Miami tolerante, que critique, que tenga voz propia, pero que sepa aceptar y dar ejemplo al mundo de madurez política. Un Miami con conciencia que no olvidaremos jamás nuestras heridas, pero que sabe estar en el punto exacto de la crítica , sin extremismos, sin extrapolar al sur de la Florida, una “intransigencia revolucionaria” de nuevo tipo.

Me hubiera gustado asistir al concierto de Pastora, no estaba en mis planes hacerlo, mis amigos saben el por qué , demostrarle que los cubanos de aquí somos capaces de estar a la altura de estos tiempos. Esperarla a la salida del concierto, darle un abrazo, conversar con ella, decirle que los de acá la aman y mucho, que nos dolió verla en esa foto compartiendo tiempo y langostas con apellidos terribles, pero que a diferencia de ellos, para nosotros; discrepar no es un acto suicida.

Esperamos a Pastora Soler por estas tierras, seguros de su éxito, de su arte, confiados de un abrazo de esta otra orilla que sabrá aplaudirla y explicarle heridas. Por acá no olvidamos heridas, pero muchos sabemos reaccionar diferente al modo que trataron de enseñarnos. Bienvenida Pastora a nuestro Miami.

Fotografía tomada de Google.

El viejo Pancho se enfrenta a su pasado.

Pancho se despertó temprano, nunca dormía más allá de las 6 de la mañana. Coló su café, encendió el radio, le gustaba escuchar Radio Reloj y mantenerse “informado”. Terminó su café y fue al baño, se miró en el espejo, allí, del otro lado, 57 años más joven lo miraba Panchito, su otro yo con sólo 18 años y vestido de alfabetizador. Dos lágrimas enormes corrieron por el rostro arrugado de Pancho, dos lágrimas cargadas de recuerdos, frustraciones y sueños rotos.

Pancho se enfrentó a su pasado, recapitulo su vida, la enfrentó a su presente y se derrumbó. Se sentó en el sillón de la sala, echó la cabeza hacia atrás y dejó que las lagrimas corrieran sin freno. Lloró por cada consigna que abrazó, por cada orientación de arriba que hizo suya, por cada discurso que aplaudió. Por su mente, como una película desfilaba su vida. Recordó su apoyo a la UMAP y a la ofensiva revolucionario; miró la foto de su nieto Luisito abrazado a Tony y el llanto se hizo quejido, dolor en el pecho. Recordó las horas trabajando en el Cordón de La Habana, las horas bajo el sol, cortando caña en la Zafra del 70. Recordó su apoyo a todo, su certeza de que íbamos por el camino correcto, se levantó a tomar agua. Hay recuerdos que duelen, que se nos atragantan y hay que ayudarlos a pasar

Pancho recordó el Mariel, cuando su hermano le dijo que se iba y él lo despidió con un enorme y espantoso; ¡Para mí estas muerto!. Se levantó y volvió a mirarse en el espejo, Panchito lo miraba con ojos de reproche; su pasado le pedía cuentas del otro lado de la vida.

Sacó de la gaveta medallas y diplomas, del pecho, dolores y esperanzas rotas, se le escapó un grito de dolor. Se acarició su escaso pelo, Pancho, Pancho qué hiciste con tu vida, se preguntó a si mismo, sin escuchar respuestas. Se levantó, hizo un bulto enorme con medallas y diplomas, con cartas de reconocimiento. Allí sobre la cama, un resumen de su vida, su historia.

El llanto de Pancho era incontenible; el camino correcto se había perdido de vista para siempre, se había convertido en un espejismo, un laberinto sin salida, una burla. Recordó el derrumbe del muro de Berlín, la desaparición del campo socialista, el hambre del período especial. Las mentiras repetidas hasta el cansancio. Los muertos en el mar se le aparecieron de pronto y lloró con ellos muertes y abandonos, crímenes y angustias.

Se levantó, abrio el escaparate, tomó su pistola, revisó que aún le quedaban balas; Pancho no podía con tantas equivocaciones, con tanta frustración, tanta angustia y dolor.

Un disparo estremeció el silencio en el barrio habanero.

Los vecinos corrieron a casa de Pancho, por suerte la puerta del fondo estaba abierta y pudieron entrar, temían lo peor, el espanto y el dolor estaba en sus rostros. Cuando llegaron al cuarto, Pancho tenía aún la pistola en sus manos, el disparo había atravesado sus medallas y diplomas, casi toda su vida.

Pancho se secó las lágrimas, le dio a un vecino la pistola y corrió al baño, se miró en el espejo; del otro lado Panchito le hizo un guiño y sonrió.

Fotografía de Yohandry Leyva, fotógrafo cubano residente en Cuba.