Allá en un triste barrio habanero donde no llegan turistas, donde llegan apenas consignas y discursos, vive Luisa. Ella cuida con amor y devoción de su esposo enfermo, sin descuidar a su hijo y su vida. Profesional exitosa con títulos y logros, sobrevive con un miserable retiro que se evapora a los días de recibido.
Luisa no pierde la sonrisa, ni los sueños, se niega a cancelar proyectos e intentos, no se da por vencida y cada mañana se maquilla la esperanza, le dice a la vida: ¡voy por más!
Un día recibió la llamada de un amigo de sus años de juventud; ellos se mantenían en contacto, se abrazaban en la distancia y los recuerdos.
– Luisa, te voy a mandar 2 paquetes de café con un amigo del trabajo que se va mañana, espero lo disfrutes.
– ¡Tú estas loco Pepe! No hagas gastos, con lo que nos mandaste por Navidad es más que suficiente, con tu cariño basta.
– Deja la guanajera que un poco de café bueno, siempre viene bien. Cuando tomes el café, recuerdame, nuestra amistad es a prueba de años y distancias, invencible.
– Eso es verdad mi hermano, te quiero mucho.
– Un beso Luisa, hablamos cuando recibas el café, te quiero mucho.
Luisa no le dijo a Pepe que tomaría el café amargo, no tenía azúcar, pero ella era incapaz de pedirle nada. Pepe llamó a su buena amiga Rosa para contarle que le iba a mandar a Luisa 2 paquetes de café Bustelo y que le iba a dar la sorpresa de mandarle un dinerito, Rosa se alegró, con esa alegría de los buenos ante un acto de amor, le dijo a Pepe.
– Si puedes ponle aunque sea 5 o 6 sobrecitos de azúcar, pídelos en una cafetería del aeropuerto, que al menos la primera taza de café pueda tomársela dulce.
Pepe no podía creer que no hubiera azúcar en el país que una vez fue el primer exportador de azúcar del mundo, recordó aquello de los 10 millones van y una sonrisa amarga se dibujó en su rostro. Fue a La Carreta y le pidió a la cajera unos sobrecitos de azúcar, le dio 4 o 5, ¿me podrías dar 10? Insistió y le explicó sus razones. A la cajera se le humedecieron los ojos, cogio un cartuchito y lo llenó con sobrecitos de azúcar.
– Toma para tu amiga, le dijo en acto de complicidad y amor.
Pepe le dejó a su amigo sobre el buró de trabajo, los paquetes de café y el cartuchito con los sobres de azúcar.
Esa noche durmió feliz, cuando uno hace el bien y ayuda sin más intención que ese placer que proporciona el acto, el pecho se ensancha y los sentimientos se visten de fiesta; uno crece.
Luisa envío a su hijo a recoger el café. A su regreso se sorprendió con el azúcar y con el dinero que aunque no era mucho, lograría aliviar miserias y escaseces. Luisa lloró de alegría, de emoción, de saberse querida y apoyada. En ocasiones con muy poco material podemos hacer grandes actos de amor. Luisa no pudo evitar llorar. Su amigo le había pedido una foto tomando su café, se secó las lágrimas, puso la cafetera, coló su café, le dio a su esposo y se sentó a saborear ese café que con su aroma iluminaba su humilde casita del Cerro. Llamó a su amigo.
– Pepe, mil gracias, este café tiene un sabor especial, no es el azúcar o el café Bustelo, tiene algo diferente, tiene sabor a amistad, a cariño del bueno, te quiero mi hermano.
Del otro lado del teléfono Pepe se quedo callado, pensativo, un café con sabor a amistad, que buen titulo para una historia.