Emigrar, nos sumerge en un mundo de holas y adioses. Hemos vivido y sufrido despedidas, aún nos quedan por vivir muchas más. Llevamos con nosotros la maldición del eterno adiós. Nosotros, que vivimos entre bienvenidas y despedidas, holas y adiós, sabemos muy bien el significado de separarnos de un ser querido, aunque sea por breve tiempo.
Ver a dos personas desgarrarse en un adiós, siempre nos conmueve, estremece recuerdos y vivencias. Saber de despedidas, nos hace solidarios con los que se despiden, nos hace comprenderlos y conmovernos. Nadie sabe mejor que nosotros el dolor de decir adiós, de retener en el recuerdo a seres queridos.
Hace un par de días, vi despedirse a dos muchachos, dos amantes, un fuerte abrazo y un beso que se resistía a terminar, hizo volver a muchos la cabeza, no falto algún gesto de desagrado, como si su condición de gays, les negara el derecho a despedirse, a decirse adiós libremente. Cuando uno de ellos abordo el avión, el otro, con lagrimas en los ojos se sentó a mirar el avión. Pretendía adivinar a su amigo en su asiento, decirle de nuevo adiós, aunque no podía verlo, mirar fijo al avión, los acercaba, alargaba en cierto sentido el momento de la despedida. Cuando el avión despego, lo siguió en la distancia, se paso la mano por los ojos y se fue. La tristeza, el dolor, el amor y los adioses, desconocen de fobias y frustraciones, no entienden de cara serias e incomprensiones, son como los besos, libres, desconocedores de condenas y mentes estrechas.
Entre las caras de disgusto, los gestos desaprobatorios y el amor que emanaba del adiós de los dos muchachos, me quede, para siempre, con el amor. Mis amigos, saben que siempre apuesto por el amor. Créanme, no recuerdo los rostros de los que se molestaron por esa expresión de amor, solo recuerdo los rostros tristes y enamorados de los muchachos al despedirse, sus miradas que se negaban a dejarse ver, su querer retenerse uno al otro a pesar de la conciencia del adiós inevitable.
Muchos que son incapaces de condenar el mal, de ayudar a alguien si cae, de dar una mano en el momentos justo. Esos que no tienen tiempo para dedicar a hacer de este, nuestro mundo, un sitio mejor, son incapaces de conmoverse ante una expresión de amor. Ante un hecho que debería conmoverlos y hacerlos aplaudir el amor, prefieren contraer el rostro y hacer un gesto de negación con la cabeza; niegan el amor, que no conoce de reglas, prohibiciones, ni incomprensiones.
La emoción solidaria con estos muchachos, me impidió reaccionar y pedirles permiso para hacerles una foto que me sirviera para el escrito que ya daba vueltas en mi mente, se que no se hubieran negado. Es mejor así, tienen el rostro de cualquiera que ame, de cualquiera que su amor se eleve por encima de tabúes y absurdos, tienen el rostro de la esperanza y de un mundo mejor, el rostro de los que aman sin temores, con la certeza que el amor, todo lo puede y vence!
Fotografia tomada de la pagina WHOF.