Los quince de Yeny.

padre e hija
Yeny vino al mundo producto del amor, pero no solo del amor de pareja. Yeny nació por el amor de su madre que la amo desde el instante que supo que esa nueva vida alentaba en su vientre.

Elena fue, es una mujer valiente. Sabía que el padre de su hija estaba al terminar sus estudios en Cuba y regresaría en breve a su país, que tal vez no lo vería mas, que se iría sin conocer a su hija. Nada le importo, se bastaba para continuar su carrera como profesional y criar a su hija. Pertenece a esa raza de mujeres que se bastan para ser padre y madre.

Yeny creció rodeada de amor. Su madre se entregó en cuerpo y alma a la tarea de formarla y amarla, de prepararla para la vida. Elena nunca cortó el vínculo con el padre de su hija, siempre le hablo a Yeny de él, mantenían contacto y le enviaba fotos de su hija.
Los años pasaron y una mañana Yeny amaneció estrenando sus 15 años. Como toda cubanita que se respete, no faltaron las fotos y los cambios de ropa. Elena envió algunas fotos al padre de Yeny, su respuesta fue breve; ¡esas fotos me han roto el corazón!

Elena llevaba años guardando dinero, trabajaba duro y guardaba. Los quince de Yeny sería una versión moderna, digna del siglo 21 de los quince de Florita. Haría realidad el sueño de su hija de viajar, ese sería su regalo por sus quince. Conseguir la visa no fue fácil. Con los gastos del pasaje y darle algún dinero a Yeny para sus gastos, se agotaron los ahorros de Elena. Un matrimonio amigo se ofreció a acompañar a Yeny en su viaje a Cancún, sería solo una semana y ellos ya lo tenían planeado, eran como de la familia.

Cuando el padre de Yeny supo lo del viaje a Cancún, se quedó pensativo. Tenía unas ganas enormes de conocer a esa hija que le hablaba por teléfono y le enviaba fotos, también tenía miedo al encuentro. Le aterraba no ser el padre que su hija había construido a base de cartas, fotos y llamadas. Temía que su hija lo mirara y como la Penélope de la canción le dijera; “no eres quien yo espero”. Al final el instinto de padre venció a los temores y se alisto para reunirse con su hija en Cancún.

Cuando Yeny supo que su padre viajaría a conocerla, que pasarían unos días juntos, se emocionó, lloro de alegría. Ella no tenía temores de no ser la hija esperada. Su madre supo darle confianza en sí misma, esa misma que le sobró a ella el día que decidió tenerla y criarla sola.

Llego el día del viaje, era la primera vez que Elena y Yeny se separaban, un llámame en cuanto llegues, estremeció a todos en el aeropuerto.

Al día siguiente de estar en Cancún, llego su padre. Una llamada le aviso que la esperaban en el lobby. Ambos corrieron a su encuentro. Un abrazo, a veces puede borrar 15 años de ausencia. Estuvieron 3 días juntos. Su madre le había repetido una y mil veces que aprovechara ese tiempo, nada de llamadas, emails, todo el tiempo con su padre, ganando el tiempo perdido, ganándose el uno al otro en su batalla contra el tiempo y la distancia.
Al cuarto día, Yeny llamo a Elena.

– Mamá, eres la mejor del mundo, me has dado el mejor regalo, el que más necesitaba, más allá del viaje, estos días con papá, saber que existe fueron hermosos. Sabes, es bueno tener un papá, estoy feliz por eso, pero es mejor aún tener una mamá como tú, ¡No te cambiaria nunca ni por todos los padres del mundo!

Fotografia tomada de Google de un serial chileno.

Cortico, un balsero abandonado.

Cortico, salió de Cuba como muchos otros, sin pensarlo dos veces, hay decisiones que hay que tomarlas pronto, si se piensan mucho terminan apareciendo razones en contra. Cuando sus amigos decidieron lanzarse al mar en una balsa, no le hicieron preguntas, sabían que podían contar con él, lo miraron y le dijeron; ¡Nos vamos! El día de la partida ahí estaba cortico, se recostó a su amiga, espalda con espalda. Así se sentían seguros. El viaje comenzó entre olas y sustos. Hubo noches de miedo, casi de espanto, Cortico miraba a sus amigos a los ojos, transmitiéndoles su paz, su certeza que todo estaría bien. Cuando su amiga sentía miedo, lo abrazaba fuerte.

Atrás habían quedado amigos, recuerdos, hasta una novia perdida por esas calles de La Habana. A cortico solo le importaba seguir junto a sus amigos, eran su familia. Mientras hacían el viaje pensaba en todo lo que había dejado atrás, saberse junto a sus amigos lo compensaba, le daba fuerzas para mirar al futuro.

Una madrugada llegaron a la costa de Cayo Hueso. Cortico fue el primero en saltar a tierra, reconoció el terreno y espero a sus amigos, los miraba transmitiéndoles su valor. Todos se abrazaron, un LLEGAMOS enorme estremeció la noche, anticipando amaneceres y arcoíris. Llegar es, para muchos, la consolidación de sueños, el despertar a una nueva vida.

Cortico estaba feliz, la felicidad de sus amigos era suya. Los trámites fueron rápidos, el esposo de su amiga fue a recogerlos. No le gusto su mirada. Su sexto sentido adivinaba disgustos y separaciones. Su amiga y su esposo se encerraron en el cuarto al llegar a la casa. Desde la sala, Cortico alcanzo a escuchar
-¿Cómo se te ocurrió traerlo? ¡Deshazte de él, aquí no lo quiero!

Cortico, lloro en silencio, 13 años con su amiga y tendría que dejarla, abandonarla. Eso le dolía más que el saberse perdido en una ciudad que no conocía.

Su amiga salió del cuarto llorando, mientras su esposo hablaba por teléfono
– Si vengan a buscarlo cuanto antes y pónganlo a dormir, ya está viejo y nadie lo querrá.

Su amiga intento abrazarlo, Cortico, con los ojos llenos de lágrimas, se alejó ladrándole, reprochándole el engaño, la traición. Fue directo a la imagen de San Lázaro, se echó ante él, seguro que haría el milagro de encontrarle un hogar, de demorarle el sueño que le querían adelantar.
Hace días que Cortico espera el milagro que le dé nuevos amigos y un nuevo hogar.
cortico
Si alguien está interesado en encontrarle un hogar a Cortico, contactar a Juan Carlos en este email.
Jctocororo@aol.com

Ivette, entre canciones y amigos.

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Se va haciendo habitual que la voz de Ivette me dé la bienvenida al llegar a mi ciudad, como si ella, le pidiera; dile todo lo que quiero y no puedo. Al final, Ivette es ¡La voz de La Habana!

Al rato de llegar a mi casa, mi hermana me dice que tenemos reservación para ver a Ivette en el bar del Telégrafo. No tendré que volver a usar mi “título” de bloguero para lograr una mesa y conformarme con verla de lejos. En esta ocasión, somos de los primeros en entrar al bar del Telégrafo. Escojo una mesa cerca del escenario, no quiero perderme un detalle del concierto. Los músicos toman sus puestos. Ivette ilumina el escenario, como si el malecón le prestara sus farolas nuevas, para estallar en luces en el escenario.

Su voz le basta, para hacer magia, para seducirnos y encantarnos en un viaje musical que promete deslumbres, aplausos y emociones. Recrea, “Y tal vez” de Formel y en el decir de los versos; “te tendría, aquí a mi lado y sería feliz”, siento, adivino un sentimiento diferente. Un extra que en grabaciones escuchadas no note, una emoción especial que da un nuevo matiz a la canción, que la convierte casi en un estreno. Canta “Te doy una canción” y cumple su promesa, repitiendo incansable su regalo y su dar, toda la noche. Las canciones, en su voz, son regalos interminables que estallan como arcoíris en la noche habanera. El amanecer se adelanta en su voz y el sol sale a su influjo.

No falta Martha Valdés, que aunque ausente físicamente, su voz la trae entre nosotros. Así, poco a poco, entre canciones, buena música y amigos que la disfrutan, va terminando su concierto. Cierra con “Hoy mi Habana” y se me antoja, escuchándola, ser el señor con el clavel en la solapa que mi ciudad espera. Ivette, podría cantar para mí, toda la semana, sería el fondo musical perfecto para andar La Habana, con mi madre del brazo, redescubriendo la ciudad a cada paso, en cada esquina habanera.

La saludo al terminar su concierto, le digo, ¿me recuerdas? Claro mi habanero, responde sonriendo. Conversamos, le reprocho entre risas que me falto su concierto en marzo como regalo de cumpleaños.
-Lo tendrás en septiembre, lo prometo, me dice en un abrazo.
Antes de hacernos las fotos, conversamos sobre su concierto en Miami, en septiembre. Imagino lo que pasara en el teatro en Miami, cuando cantes “País”, será una apoteosis de emociones, le digo.
– ¿Tú crees?
– ¡Lo sé!
Le respondo con la certeza que da saber que los cubanos de ambas orillas, no olvidamos raíces, ni recuerdos. Seguimos amando a nuestro país, con esa fuerza especial que nos da su ausencia física y su presencia aquí en el pecho y la memoria. Por un instante, la imagino cantado la canción entre luces blancas, azules y rojas, desgranando la letra; “pero ya sabes País, País mío, mi raíz es el sueño de los que aquí están, de los que han partido, ya sabes País que no logro vivir sin tus luces, desde el vuelo que me dicen que soy de aquí, ¡¡De este suelo!!” y el público de pie, aplaudiendo con el alma y los recuerdos, mientras el teatro estalla en cubania, en ese ser cubano que se disfruta con orgullo y sentimientos.

Antes de despedirnos, le digo que cada mañana escucho sus canciones, su voz me ayuda a comenzar el día. Cada vez que amanezca, recordare que un habanero me escucha, me susurra al oído en un hasta pronto, que se me antoja; un, ¡Nos vemos en septiembre, en la otra orilla!
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