Un hombre poca cosa o ahogarse en un vaso de agua.

Desde que nació, fue de esos que gustan de pasar inadvertidos, de los que llamamos, poca cosa. La clase de gente capaz de ahogarse en un vaso de agua.

Contaba su mama, que cuando nació, al darle la primera nalgada, su llanto fue inaudible, casi, casi le dan una segunda, pensando que no había reaccionado. Nunca le gusto destacarse, se quedaba siempre rezagado en todo; jamás conjugó en primera persona el verbo sobresalir. Creció, estudio, se gradúo de la universidad y comenzó a trabajar. Cumplía su trabajo, pero sin destacarse, pertenecía a esa clase de personas que nadie notaba su presencia o su ausencia, un tipo gris, poquita cosa, insignificante.

Cuando celebraban alguna asamblea, se sentaba en la última fila, jamás pedía la palabra. Esas discusiones y esos tipos hablando a gritos, solo le infundían temor, se hundía en su asiento, tratando que nadie lo viera. Sabia de historias de vidas cambiadas por intervenir en una asamblea, se ponía nervioso, sudaba frío, de solo pensar que un día lo obligaran a hablar en una asamblea. Su mayor preocupación, fue siempre, levantar la mano cuando el presidente de la asamblea preguntaba, ¿quienes están de acuerdo? Estar en el grupo de los que estaban en contra, ser cuestionado en público, tener que dar explicaciones, era más de lo que podía soportar. Imaginarse parado en frente de la asamblea, explicando su desacuerdo con algo, lo hacia estremecerse, temblaba de miedo de solo pensarlo.

Una tarde una de las pocas amigas que tenia, le pidió que le  acompañara a ver a una cartomántica; es muy buena, pero me no me gusta ir sola, le dijo. El débil, incapaz de negarse, como siempre, accedió a acompañarla. Se sentó en la sala, mientras en el cuarto contiguo. Juana, la de las barajas, le predecía el futuro a su amiga. Salieron del cuarto sonrientes, Juana, lo miro.

-Y él, no va a tirarse las cartas?

– No, no, solo atino a balbucear, me da miedo eso de saber el futuro.

– No insistiré, dijo Juana

Mientras los acompañaba a la puerta, al abrirla, una carta cayo al suelo, la mujer de las barajas la recogió y mirándole a los ojos, le dijo:

-Mantente alejado de los vasos de agua, un día puedes ahogarte en uno.

Esa noche, el hombre de los miedos, el asustadizo y poca cosa, no durmió. Antes de acostarse, botó todos los vasos a la basura. De ahora en adelante solo tomaría jugos y en botellas, seria precavido. Morir ahogado en un vaso de agua, no le hacia mucha gracia.

Desde el día que acompañó a su amiga a ver a Juana, la de las barajas, comenzó a dormir mal, se despertaba sobresaltado, enormes vasos de agua lo perseguían en sueños. A veces se quedaba dormido en la guagua, viendo televisión, hasta conversando.

Una tarde en una asamblea, se quedo dormido. Cuando el presidente de la asamblea pregunto muy serio.

-¿Quienes están de acuerdo en donar una hora de trabajo semanal para la recuperación de las mascotas abandonadas?

Todos levantaron las manos, todos, menos el hombre poca cosa, que se había quedado dormido. El presidente de la asamblea, frunció el ceño, abandono el estrado y se le paró enfrente, lo miró amenazadoramente.

-¿Usted puede explicarnos por que se niega, por que desafía la unanimidad de la asamblea?

El pobre hombre poca cosa, que recién acababa de despertarse, no atinaba a responder, no sabia que estaba pasando. Como era posible que él, el primero en apoyar las unanimidades, se hubiera demorado en levantar la mano. No pudo responder, rompió a llorar en silencio, sin valor para discutir, abandono la asamblea.

Camino a su casa, entró en una cafetería a sentarse un rato, a intentar recuperarse, a poner en orden sus ideas. Una camarera se acercó a su mesa.

-Desea algo, preguntó, mientras le ponía enfrente un vaso de agua.

El hombre, se quedo mirando fijamente el vaso de agua, sin poder articular palabra, paralizado. Recordó la profecía de Juana, la de las barajas. La camarera, fue a otra mesa a llevarles agua a otros clientes. Cuando regreso, la mesa estaba vacía, solo el vaso sobre la mesa, intacto. Lo recogió, le pareció ver algo extraño en el fondo, pero no le dio importancia, fue hasta el fregadero y arrojo el agua. Perdiéndose por tuberías desconocidas, mezclado con aguas sucias y jabonosas, desapareció, para siempre, el hombre poca cosa, que nunca tuvo valor para vivir.

Una casa aislada

Ninguno de los habitantes, recordaba el día exacto que se cerraron, para siempre, todas las puertas y ventanas de la casa. Tampoco recordaban muy bien quien dio la orden, en que minuto exacto, todo comenzó a cambiar. Nadie más pudo entrar y salir de la inmensa casa donde habitaban varias familias. Todo contacto con el mundo exterior fue prohibido. Ordenes de arriba, decían en voz baja, cuando alguien preguntaba. En la planta alta, parapetados tras su poder y el miedo del resto de los habitantes, vivía el grupo, que había decidido regir los destinos de la casa. Sus órdenes no se discutían, se acataban sin comentar.

Los de arriba, se convirtieron en todopoderosos. Supieron manipular a todos y lograr controlarlos sin que ofrecieran resistencia.

Los primeros días, nadie protesto, hubo hasta quien se alegro de vivir en ese aislamiento, de dejar que otros pensaran por él. Poco a poco, el poder del grupo que vivía en la planta alta, se fue haciendo más absoluto. Mientras tanto, comenzaron a escasear los alimentos, la ropa y hasta las medicinas.

Una mañana, desde la planta alta se escucho una voz tronante.

-Si quieren comer, tendrán que sembrar y cultivar sus alimentos en el patio de la casa, las provisiones que quedan serán guardadas para tiempos difíciles.

Una vieja se atrevió a comentar en voz baja.

-Mas difíciles que estos, coño, lo que nos espera.

Todos salieron a trabajar en el patio, bajo el fuerte sol del medio día. Luisito, busco a su abuela, la vieja que se había atrevido a comentar, bromeando las palabras de los de arriba. Nadie supo decirle donde estaba, hubo hasta quienes juraron que no la habían visto nunca. Había desaparecido, como si nunca hubiera existido. Todos comprendieron que discrepar podría hacerlos desaparecer.

Una tarde, después de terminar las horas de trabajo en el patio, los de arriba, convocaron a los de abajo a una reunión en el inmenso comedor de la casa, ahora a falta de comida, convertido en salón de reuniones. Como de costumbre, los de arriba, no daban la cara, solo se escuchaban voces tronantes anunciando tiempos difíciles o tragedias.

– De ahora en adelante, todos vestirán igual, camisas y pantalones negros y no pregunten por tallas, total, no hay a quien lucir, aquí no entra ni sale nadie. Gracias al esfuerzo personal mío, es decir nuestro, de los de acá arriba, de una casa lejana, nos traerán las ropas, una vez al año. Nosotros, personalmente saldremos a recibirlas. En esta ocasión, pagaremos con la promesa de la vigésimo quinta cosecha, mas adelante, veremos como resolverlo.

Los de abajo se miraron a si mismos. Desde la desaparición de la vieja, temían mirarse a los ojos y que alguien pudiera adivinar lo que pensaban, se esquivaban unos a los otros. Algunos, hasta aprendieron a dormir bocabajo para evitar hablar dormidos.

Vestidos todos de negro, comiendo solo lo que podían cultivar en el patio de la casa, los habitantes de la casa, comenzaron a parecerse, a confundirse. Los de arriba, miraban con orgullo su obra. Los de abajo, sin darse cuenta, perdían su identidad, se confundían unos con otros en medio de la apatía y la desidia.

A la hora del baño colectivo, cuando se despojaban de las horribles y oscuras ropas que usaban, bajo la fuerza del agua fría, algunos volvían a sonreír, sus rostros se diferenciaban. Los intentos de los de arriba, de convertirlos en un grupo homogéneo, en un rebaño obediente y uniforme, fracasaban. En el fondo, seguían siendo los de antes, solo fingían expresiones para evitar castigos y desapariciones.

Una casa, encerrada en si misma, puede sobrevivir por un tiempo, pero por más que se levanten muros y se inventen prohibiciones y leyes, todo termina, un día, volviendo a su lugar exacto. Los de arriba, aislados de la realidad, terminaron enajenándose, se creían seguros. Olvidaron reparar los altos muros que aislaban a la casa del exterior, pensaron que mientras guardaran la llave de la puerta de entrada, nada podría cambiar.

Poco a poco los muros que rodeaban y aislaban la casa, se fueron pudriendo. A través de algunos agujeros, los más atrevidos, miraban al exterior, gente con ropa colorida, caminaban por las calles, entraban y salían de sus casas sin que nadie se los impidiera. Sus rostros reflejaban seguridad en el mañana, rostros diferentes a los que ellos llevaban años mirando.

Los habitantes de la casa, no necesitaron ponerse de acuerdo, no se dijo una sola palabra que pudiera delatarlos o comprometerlos. Una mañana, cuando salieron a trabajar al patio, todos fueron directo contra el muro, que se derrumbó de un solo empujón. La visión del mundo exterior prohibido por años, los paralizo por un segundo. Llevaban años moviéndose en círculos cerrados, avanzar hacia lo desconocido, los atemorizo por un instante, vacilaron, miraron la casa y al mundo exterior, indecisos. Sin saber de donde, entre ellos, apareció la abuela de Luisito, la vieja desaparecida por hacer un comentario que no gusto a los de arriba. Se subió a un montón de escombros y apuntando con su bastón al horizonte grito

-Vamos!

Años encerrada en un closet y maltratos, no habían podido vencerla. Tomando a Luisito de la mano, fue la primera en salir a la calle. Todos la siguieron, se fueron sin mirar para atrás. Mientras se alejaban de la casa donde habían permanecido encerrados por años, se arrancaban las ropas negras y desnudos y felices, intercambiaban abrazos y saludos con todos los que se encontraban. El mundo exterior, los recibía con arco iris y fuegos artificiales, con sonrisas. Ellos, los que un día fueron los de abajo, avanzaban confiados, seguros que nada seria fácil, pero que nunca  nadie más regiría sus destinos a su antojo.

En la planta alta de la casa, solos, pudriéndose en su propio abandono, quedaron los de arriba, los de nunca mas, los olvidados. Acostumbrados a mandar y a ser alimentados, no supieron sobrevivir sin los de abajo y terminaron muriendo, sepultados en los escombros de la casa que, un día, se aíslo del mundo exterior.

Fotografia tomada de Google.

Ser siempre, Yo!

No quiero ser mas ni menos, lo que soy,
lo que seré mañana, es otro asunto, lo que fui ayer, son solo recuerdos, experiencias.
No me preocupa ser mejor, ni peor; ser solo yo, es mi meta, vivir a plenitud cada momento,
sin angustias pensando en otro yo, que no imagino, que sé no existe, siempre seré uno, no dos, no copias, no falsificaciones.

No me preocupa, ni sueño con ser otro, este tipo que miro en el espejo,
que me sonríe cada mañana y cada noche, sabe quien es y eso le basta. Se reconoce, se sabe de memoria, no se maquilla el alma, ni la sonrisa, se muestra tal cual es, confía en él.
No soy exactamente lo que piensa el grupo que me quiere,
los amigos, como siempre, exagerando.
No seré nunca lo que dice el grupo que me odia, ni siquiera sé que hablan o si existen,
pero saber que están, oír ladridos, me hace saber que este yo, es el que quiero, el que debo, siempre, seguir siendo.

Disfruto día a día, este yo, que me dio la vida,
que conformaron mi madre, golpes, sueños y amigos,
un yo, tal vez pequeño, pero mío que no pidió prestado nada, que nunca robó nada, solo mío.

Nunca seré otro, siempre este yo, simple y sencillo, seguirá andando su camino, mejorándose, aprendiendo,
sin olvidar quien es, de donde viene, repito, no me interesa ser otro,
cambiar mi nombre, acentos, importar actitudes, no va comigo.
Disfruto y quiero a este yo, que me acompaña, lo querré siempre.

Ser otro, no me tienta, ni interesa, me basta con mi aliento, con mi fuerza,
si un día, fuera otro, si cambiara, mirándome a los ojos me diría;

¡Donde coño me perdí, que no me encuentro!

No teman, no me perderé, ni cambiaré, me cuidan y mantienen en mi ruta, mi Isla, mi ciudad, mi madre, amigos. Seguiré siendo yo, más allá del final y de las aguas, volviendo a mis raíces y recuerdos.

Maria Antonieta.

No, no se asusten en este escrito no hay revolución francesa, reinas encanecidas, ni cabezas cortadas.

El lunes pasado, mi amigo- hermano, me llamo; José, el sábado presentamos a María Antonieta en The Place, tenemos que correr con la propaganda, apenas hay tiempo. Lograron llevarla a dos programas de televisión. Yo, sobre la marcha, hasta aprendí a hacer carteles y videos con tracks y fotos y subirlos a youtube. Donde hay cubanos, no hay imposibles!

Mientras apoyaba desde mi pagina de Facebook y entre amigos, la presentación de María Antonieta, recordé la primera vez que la vi en un teatro. La presentó Consuelito Vidal, sus palabras fueron mas o menos estas; una bellísima mujer que va a triunfar y será algún día, una de las figuras mas importantes de la canción cubana. Profecía o conjuro, sus palabras se cumplieron, se cumplen en cada interpretación que nos regala.

Un amigo la llamó, la palma real de la música cubana. Aunque la admiraba, desde sus inicios en Cuba, pensé exageraba. La comparación con una palma real, me pareció infeliz. Llego la noche de su concierto, María Antonieta, salio a escena; bella y deslumbrante, enérgica y talentosa. Una palma real en pleno huracán se adueño de todos.

Sus versiones de números clásicos, revivieron a  grandes ya ausentes. Convocadas por su voz, reencarnaron en sus interpretaciones. Su espectáculo, no fue unipersonal. Muchas cantantes, cobraron vida en su voz y sus gestos, compartieron junto a ella el escenario, conquistando corazones y aplausos.

En esta ocasión, The Place, no solo abrió un portal a La Habana. Se abrió un portal enorme a recuerdos y nostalgias, años de arte e historia, evocados por la voz y carisma de esta mujer se hicieron presentes, desataron memorias, lágrimas, abrazos! Martha estrada, Leonora Rego, se vistieron de palmeras y en voz ajena, pero hermana y cubana, se hicieron presente.

Da gracias a Dios, por estar entre nosotros, entre amigos y cómplices, entre cubanos. Recuerda a Oshun, no escapa a nuestro folklore.

Cuba, no nos deja irnos del todo, se inventa ataduras y misterios. Envía palmeras que cantan y seducen. Nos  hace trampas, confundimos lugares y momentos. No se si al terminar el concierto, iré allá a mi casa en Playa, en la Habana, donde mami, en su sillón, espera que llegue para irse a dormir o iré a mi apartamento en Hialeah, donde dormiré solo, entre recuerdos y sueños. La voz y el embrujo de esta mujer es un puente, hace magia, olvido el sitio exacto donde estoy, recordando siempre quien soy, de donde vengo y hacia donde voy.

Interpreta Cavaste una tumba, interrumpida por aplausos y gritos de bravo, la aplaudimos de pie. Créanme, por un instante me pareció ver a Leonora Rego, tomándole la mano, ayudándola a recrear la canción. Termina de hacerla, Leonora Rego, la deja sola en el escenario, disfrutando de aplausos. Tras bambalinas las grandes disfrutan su concierto, la dejan recrear sus canciones, le apuntan la letra, le inspiran el gesto y la explosión, la dejan hacer a su antojo, seguras de su éxito.

Del público, le piden una noche de copas; no la tengo montada, responde, le gritan; a capella! Su voz termina convirtiendo la noche en locura de arte y sentimientos.

La aplaudimos de pie, no la dejamos ir. Promete un próximo concierto con orquesta y bailarines. Se despide con, El mundo y el mundo presente, se rinde, sin ofrecer resistencia, a su voz y belleza!

Finaliza  el concierto, termino mis notas. Llego a casa y a pesar de la hora, voy dando forma a este escrito, evocando una noche que recordare por mucho tiempo. No fue una noche loca o de copas, fue una noche habanera, que vivimos en Miami, al influjo de la magia y la voz de una palmera.

Saltos y momentos.

Voy saltando de momento en momento, sin miedo a las alturas, ni a caídas, solo importa el momento, el salto es solo el medio.

 Hay saltos pequeñitos, decisiones fáciles,momentos que no cuentan, pasan sin darnos cuenta, apenas se disfrutan o sufren.

Hay saltos enormes, que aterra darlos, todos sentimos miedo alguna vez.El miedo y el valor, suelen confundirse.

Después del salto, cuando pasa el susto, vivimos el momento.

 Hay momentos de amor, de amor pleno, del bueno, decir te quiero, tomar una mano, atrevernos, fue el salto.

Hay momentos de ira, de odio, de explosiones que asustan, el salto, fue un grito, tal vez un puñetazo.

 Hay momentos de paz, momentos de calma, para llegar a ellos, también tuvimos que saltar.

Nada nos llega estáticos, para alcanzar lo bueno, para vencer lo malo, siempre tendremos que saltar.

 Ensayo saltos enormes, me dan miedo las alturas.

Cierro los ojos y salto. A veces, me asombro de estar del otro lado, del momento que vivo. Escucho voces de halago, palmadas en el hombre, hasta pienso hablan de otro, será conmigo,  pregunto a mi otro yo.

 Hay saltos que nos transforman, nos renuevan, nos vuelven otros, vivir el momento, se hace extraño,el salto lo hicimos ligeros de equipaje, casi desnudos.

Llegamos a un momento nuevo, nos vestimos de prisa,Sin muchos lujos, tendremos que dejarlo todo, antes del nuevo salto.

 A veces, tomamos la mano de un amigo, saltamos juntos.Otras, el amigo saltó antes, nos grita; dale, se puede.

No siempre nos alientan  a saltar, hay sombras que nos dicen; no podrás, mejor te quedas quieto.

Llega entonces un rayo de sol, las sombras se diluyen,saltamos, con miedo, pero seguros que vale la pena.

Quedarse quieto, nunca ayudo a nadie a vivir.

Saltos y momentos, eso es la vida, dejarlo todo, vencer el miedo,atreverse al salto, vivir el momento.

Eso es la vida, momentos, cortos o largos, pero nuestros,ganados en un salto, sin miedo al precipicio.

 

Fotografia tomada de la página personal de Danell Leyva

Luisa, una mujer cualquiera.

Nació en un barrio humilde de su ciudad. Vivía con su madre. Su padre, las abandonó, por correr detrás de una hermosa y joven  mujer, cuando ella tenía solo un año. Desde pequeña, supo de escaseces y limitaciones, de ahorrar hasta las lagrimas, para tener, aunque sea, algo guardado para mañana.

Su madre, trabajó sin descanso, combinaba su trabajo en una fábrica, con el lavado de ropa, en casa. Cada vez que Luisa, llegaba de  la escuela, el patio, estaba lleno de ropa recién lavada. Luisa, se cambiaba y corría a tratar de ayudar a su madre. La mamá, la miraba, sonreía.

-Usted, póngase a estudiar, con una lavandera en la familia basta!

Luisa se sentaba en el comedor, a regañadientes, rodeada de libros. Siempre había sido la mejor alumna del aula, captaba y aprendía rápido. Esta niña, llegará lejos, decían sus maestros. Su madre, soñaba con ver a Luisa, graduada de la Universidad, independiente y luchadora. Sin necesitar un hombre a su lado, para evitar trabajos y limitaciones. Luisa, sería una mujer plena, el hombre que llegara a su vida, seria solo a traerle amor, no necesitaría más.

Luisa, siguió estudiando, fue siempre la primera en su curso. Llego el momento de decidirse por una carrera universitaria. Su madre, soñaba verla con su bata blanca, doctora en el mejor hospital del país. Ella decidió, hacerse ingeniera industrial, trabajaría en una fábrica, como su madre, pero un día sería, la directora general.

Se gradúo con todos los honores. La dedicatoria de su tesis, fue breve; A mamá, que nunca me dejó cambiar los libros por la batea de lavar.

Al graduarse, la ubicaron en un complejo industrial, al norte de la ciudad. Su primera posición sería, jefa de producción. Luisa, llegará muy lejos, decían los directores de la empresa, hasta el ministro, se sorprendía de su capacidad e inteligencia.

Una terrible crisis económica, sumió al país en la mas extrema pobreza, muchas fábricas cerraron. La fábrica de Luisa, fue una de las pocas que permaneció abierta, aunque disminuyó personal y producción.

Un día, al llegar Luisa, del trabajo, su mama, no la esperaba en el portal, una vecina, sentada en su sillón, le dijo.

-Esta en el hospital, se la llevaron grave!

El grito de Luisa, mientras corría al hospital, se escuchó en las montañas más lejanas, cruzo el mar, estremeció a muchos que no conocían a Luisa, ni a su madre.

La mama de Luisa, se recuperó, pero no del todo, apenas podía balbucear algunas palabras, tendría que moverse en silla de ruedas y tener una alimentación reforzada. Luisa, se vio ante una disyuntiva; si seguía trabajando, todo el dinero se le iría, pagando a la persona que  cuidaría a su madre, si dejaba por un tiempo el trabajo y se dedicaba a cuidar a su madre, no tendrían dinero para comer y su madre, necesitaba una dieta especial. Pensó muchas veces, antes de decidirse.
Luisa, sacudió la cabeza, mientras esperaba que el Director general de la fabrica, la recibiera.

-Licencia sin sueldo por 6 meses! Es demasiado tiempo, rugió el Director general.

-Es mi madre, me necesita, esta enferma, o me da la licencia o renuncio.

El Director, lo pensó, sabia que el ministro en persona intervendría si Luisa renunciaba, firmo la licencia a regañadientes.

Luisa, llego a su casa, se quitó la ropa, salio al patio, fue directo al cuartito del fondo, donde su madre guardaba los trastos viejos que ya no usaban. Encontró la vieja batea que sirvió a su madre mientras ella estudiaba, la miro fijamente. Ahora es mi turno, dijo sonriendo extrañamente.

La hija de Luisa, la ingeniera, lavando ropa! Comentaban las vecinas. Luisa, cuidaba de su madre, ponía su sillón de ruedas a la sombra, mientras lavaba y tendía la ropa que aseguraba el dinero para la comida. Si su madre, la crío y le dio carrera lavando ropa, ella sería capaz ahora, de cuidarla y alimentarla, haciendo lo mismo. Luisa, tenía una gran clientela, algunos vecinos, rentaban habitaciones a extranjeros, comenzó lavándoles la ropa de cama y las toallas. Termino, lavando también ropas de los extranjeros, algunos, hasta se la llevaban
ellos mismos, disfrutar de la belleza de Luisa, mirarla y soltarle algún piropo, se fue haciendo costumbre entre sus clientes extranjeros. Ninguno se atrevió nunca a invitar a Luisa, a salir, su seriedad, imponía un límite, difícil de saltar.

De sus compañeros de trabajo, solo Pedro, venía a visitarla. Empezó a trabajar en la fábrica, un mes, después de Luisa, en el almacén cargando cajas y haciendo cuanto le dijeran, era servicial y cumplidor. La belleza de Luisa, lo deslumbró desde el primer día, pero no se atrevía a decirle ni un piropo a la jefa de producción. Cuando supo que dejaba la fabrica por un tiempo, averiguo su dirección, consiguió unas naranjas y unas malangas. Se le apareció a Luisa un día en su casa, tocó a la puerta, cuando Luisa, abrió, sonrío.

-Mira, para tu mamá.

-No tenias que molestarte, gracias.

Lo invito a tomar café, un café que a Pedro, le supo a gloria.

Todas las semanas, Pedro, pasaba a llevarle algo a Luisa, tomaba su café, hablaban un poco y se iba, feliz, con la ilusión de la próxima visita.

Una mañana, Luisa, llevo a su mamá al hospital, le tocaba el primer chequeo después del alta. El doctor, revisó todos lo análisis, miró a Luisa a los ojos y le dijo.

-Hay mejoría, pero si no refuerza su alimentación, no volverá a caminar nunca mas, ni siquiera podrá hablar. Tiene que comer carne de res, pollo, huevos, una dieta híper proteica es la única solución. Sus palabras golpearon a Luisa, la derrumbaron en la silla. De donde sacaría suficientes  dólares para comprarle esos alimentos a su madre? Lavar ropa, daba para comer, comprarle algunos huevos y un pollo de vez en cuando, pero, carne de res! Ni lavando ropa las 24 horas del día.

Luisa, llego destrozada a su casa, preparó algo de comer, le dio la comida a su mama. La llevo en su silla hasta el patio, le gustaba mirarla mientras lavaba la ropa. Su mamá, se quedo dormida. Luisa, dejo la ropa, se recostó a la batea y lloró, esa tarde, consumió las lagrimas ahorradas durante toda su vida. Lloraba por su madre enferma, por la miseria que la obligaba a lavar ropa, para poder cuidar a su vieja, por la vida, que a veces golpea con fuerza, sin piedad. Entre lagrimas, vio que una de sus vecinas, Pancha, le traía un bulto inmenso, lo dejo en el suelo, se le acerco, le miro a los ojos y le dijo.

-Luisa, no puedes seguir así, se que eres una muchacha decente y seria, pero si no haces algo, la vieja se te muere. Manuel, el gallego que viene casi todos los meses, esta loco por ti, insinúatele, solo un poquito y caerá a tus pies, tú y tu madre, vivirán como reinas, hazlo por ella.

Luisa, se puso de pie, seco sus lágrimas, negó con la cabeza.

-No puedo, no podría hacerlo.

Pasaron los días, anunciaron ciclón, llovía a cantaros en la ciudad, bajo el agua, Pedro, fue a ver a Luisa.

-Solo te pude traer unos  huevos, son los míos de la cuota. No es mucho, pero al menos le resuelves una comida o dos.

-Pedro, que bueno eres, tienes cara de ángel. Eres el único de la fábrica que viene a verme y hasta te quitas la comida, para dársela a mami.

Al despedirse, Luisa, le dio, por vez primera, un beso en la mejilla. Pedro, en su emoción, olvidó abrir el paraguas, se fue, bajo el agua, sintiendo que la mejilla le ardía. Para él, no existían lluvias, ni distancias, llego a pie a su casa, acariciándose la mejilla que guardaba el beso de Luisa.

El ciclón, no acababa de pasar, pero las lluvias intensas duraron días, tantos, que a Luisa, se le acabo todo lo que tenia guardado, solo le quedaba, lo justo para el almuerzo de su madre, para la noche, no tendría nada que darle. Se sentó a llorar en el sillón de su mamá, seco sus lagrimas, fue al cuarto, se vistió, se tiro una capa por encima y fue a visitar a Pancha, su vecina.

Pancha, se ofreció a quedarse con su mama dos o tres horas, para que ella, saliera con Miguel, el gallego.

Esa primera salida, fue solo un paseo, unos tragos y conversar. Miguel, era un hombre inteligente, sabía que a Luisa, tenia que ganársela poco a poco, le gustaba la muchacha, desde el primer día que la vio. La dejó una cuadra antes de su casa, Luisa, prefería mojarse a que los vecinos la vieran en un auto rentado por un extranjero. Antes de bajarse del auto, le puso un dinero en las manos.

-No estoy pagándote nada, es para que le compres algo a la vieja, se que lo necesitas.

Luisa, sintió que la vergüenza la mataba, pero necesitaba el dinero, por eso había aceptado salir con el gallego.

Cuando llegó a su casa, fue directo a bañarse, Miguel, no la había tocado apenas, pero sentía un asco enorme. Se bañó, restregándose con fuerza, descubrió una mancha en su muslo, una mancha pequeña de color amarillo. Mientras mas la restregaba, mas brillante aparecía, no le dio importancia; tal vez el vestido me manchó la piel, pensó.

Al día siguiente, Pedro, fue a visitarla, le había conseguido algunas viandas y un pedazo de pollo.

-Toma, para la vieja y esta rosa es para ti.

El beso en la mejilla, le había dado el valor que le faltaba, la lluvia, se había llevado su timidez.

-Luisa, se que eres una mujer que ha estudiado, que aunque ahora estas en tu casa, cuidando a tu mamá, eres la jefa de producción de la fabrica, donde yo solo cargo cajas y bultos, se que tienes 24 años y yo solo 22, pero se que te quiero y mucho. Aún guardo el calor de tu beso en mi mejilla, no duermo pensando en ti. Déjame intentar hacerte feliz, déjame luchar por ti! Dame una oportunidad, coño! Una sola y te prometo que serás la mujer más feliz del mundo.

Luisa, sintió su corazón desbocarse. Justo cuando estaba al borde del abismo, Pedro llegaba y su brazo la salvaba de caer, el amor, hacia el milagro! Se dejo caer en los fuertes brazos de Pedro y por vez primera, desde aquella tarde que no encontró a su madre esperándola, fue feliz. Sus labios se encontraron y un beso los unió, para siempre.

Pedro, la acaricio, la deja descansar sobre su pecho, casi al oído, le dijo.

-Vivo cerca de la fábrica, con mi madre, en la casa, tenemos un cuarto vacío, puedes mudarte para allá. Mientras trabajes, mami, puede cuidar de tu vieja, se que lo hará con gusto.

-Podemos irnos ahora mismo, recojo mis cosas, las de mami, buscamos un carro y nos vamos, dime que si, que puede ser ahora mismo.

-Por mi, encantado, pero con esta lluvia sacar a tu mamá, no me parece bien.

-Qué lluvia Pedro, si hasta salio el sol, mira, un arco iris!

Recogieron todo de prisa, Pedro, llamo a un amigo que los recogió en su auto. La mamá de Pedro, no hizo preguntas; conocía a Luisa, de tanto hablarle su hijo de ella, verlos juntos la hizo feliz, inmensamente feliz. Ayudó a bajar del auto a la madre de Luisa. Cuando estaban todos juntos en la sala, la tomó de la mano.

-Como se siente? Le gusta la casa? Le pregunto.

-Desde el día de la gravedad, no habla, aclaro Luisa.

Todos se sorprendieron, cuando una voz suave, desde su sillón de ruedas, dijo.

-Feliz, me siento a salvo! Mientras una lagrima corría por su mejilla.

Todos se abrazaron, la mamá de Luisa, no escapaba al milagro del amor.

Antes de acostarse, Luisa, quiso enseñarle la mancha amarilla a la madre de Pedro, pero no la encontró, había desaparecido, le hablo de la mancha y de su desaparición.

-No te preocupes, a las hijas de Oshún, cuando hacen algo que no deben, les sale esa mancha amarilla. Si desapareció, no hay por qué preocuparse.

Al día siguiente, Luisa, se presentó en la fabrica, fue directo a la oficina del Director general, le abrió la puerta el Vice director general de la empresa, se sorprendió al verla.

-Vienes a pedir otra licencia sin sueldo? Si supieras la falta que nos haces. Tuvimos que sustituir al Director general de la fábrica y al Subdirector, por robo e irregularidades. Yo, estoy al frente de la fábrica, hasta que encontremos a alguien idóneo para el puesto.

-No, vine a incorporarme, me mude a dos cuadras de aquí, con mi novio, su mamá, va a cuidar a mi viejita, mientras trabajo. El, también trabaja aquí, en el almacén.

-Luisa, podrías ayudarme en la dirección de la fábrica, eres joven, pero muy inteligente, si das la talla, el puesto de Directora general es tuyo, se que el Ministro, estará de acuerdo.

La mujer de nuestra historia, no podía creer lo que escuchaba, aceptó gustosa y antes del mes, ya estaba nombrada como Directora general de la fábrica. Implantó nuevos métodos, duplico la producción.

A los dos meses exactos de su regreso a la fábrica Luisa y Pedro, decidieron casarse. La madre de Luisa, aún no caminaba  del todo bien, pero podría asistir con un bastón, ellos la ayudarían. Fue una boda sencilla, el amor, no necesita de muchos adornos y lujos, se basta solo para hacer milagros.

Pasaron dos años, una tarde que Luisa, con su hijito de 6 meses en brazos, esperaba a que Pedro, terminara sus clases en la Universidad, se encontró con Pancha, la vecina que intento venderla a un extranjero. Pancha, la vio, siguió de largo, no se atrevió a mirarla a la cara, trató en vano que Luisa, no notara, la inmensa mancha amarilla que cubría su rostro.

Luisa, una mujer cualquiera, supo que la vida puede ser difícil, hasta tender trampas. Aprendió también que el amor, puede hacer milagros, algo que ustedes y yo, sabemos también.