Panchita siempre fue una mujer muy activa. Cuando sus hijos eran pequeños, recorría toda La Habana buscando lo que ellos necesitaran. No le importaban distancias, ni horas de cola, si le decían que en La Sortija en Monte iban a sacar telas para hacerle vestidos a sus hijas, para allá se iba desde temprano y regresaba feliz y orgullosa mostrando su trofeo y planeando modelos y diseños. Si a su hijo le hacía falta un maletín para la Universidad, no le decia nada a nadie y se iba tempranito a marcar en la cola, dispuesta a regresar con el maletín, a toda costa.
Panchita, siempre fue una mujer muy inteligente y con una memoria asombrosa. Era, en cierto modo, el archivo o la memoria familiar. Su agilidad mental era asombrosa, siempre tenia una respuesta para todo. A pesar de haber conocido a un solo hombre en su vida, aconsejaba a las amigas de sus hijas y las ayudaba a resolver sus problemas amorosos. Pancha era, de cierta manera un símbolo en su barrio, punto de referencia y consulta. Ella siempre tenía el consejo justo, la palabra precisa.
Le gustaba andar las calles de su Habana, recorrerlas una y mil veces, eran suyas, las conocía de memoria, eran viejas amigas. Ella y La Habana, eran un todo, se complementaban y amaban.
Con los años, el andar se le dificultó, tenían que llevarla en auto y apoyada del brazo de sus hijos, recorría calles y memorias.
Una tarde, Panchita perdió el equilibrio, una fractura le hizo guardar cama, sus piernas dejaron de responderle. Una tarde de diciembre su hijo fue a visitarla.
-Mamá tenemos que volver a caminar por la Habana vieja, le dijo su hijo mientras la abrazaba fuerte.
-Mis piernas ya no me acompañan mi hijito, no podré.
-Yo te presto las.mías mamá; volveremos a caminar juntos, ya verás.
Una lagrima enorme rodó por la mejilla de Panchita y un, gracias mi hijo, selló la conversacion.
El tiempo sin andar, el dolor, terminaron haciendo estragos en la memoria de Panchita. Una mañana de marzo, su hijo regresó a verla, conversaron. A veces Panchita confundía nombres y lugares, la mente se le iba por minutos.
-Mamá soy yo, tu hijo que vine a verte; el dueño de tu corazón
-Perdóname mi hijito si a veces me confundo y olvido rostros y nombres, tú sabes que te quiero mucho, perdóname estos olvidos.
– No te preocupes mamá; te presto mi memoria.
-Gracias mi hijito, gracias, me haces feliz.
Cuentan que en su último viaje a La Habana, su hijo la tomó en sus brazos y salió con ella a recorrer calles y memorias. Ella se abrazaba a su cuello y lo besaba mientras él le contaba al oído historias de amor y de sueños. Era hermoso verlos así. Ni desmemorias, ni piernas rebeldes pudieron vencer al milagro del amor.
Fotografía del inicio, cortesía de Juan Carlos Cuba Marchan.