Ivette, de fiesta con su voz.

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Escucharla es siempre, de un modo u otro, un éxtasis de sentimientos, emociones desatadas, fiesta de notas y cubanìa. La he llamado, la voz de La Habana, la voz de mi país, no por exceso de amor o derrochador de halagos, por ganárselo con su voz. Su traernos ciudades y país en cada canción, en cada frase y gesto. Tuve la suerte de conocerla en Miami, de ser parte de esos primeros aplausos que borraron distancias, que le demostraron que los cubanos somos siempre los mismos, sin importar norte o sur, burlándonos de la geografía y del tiempo.

Sube al escenario y llevados por su voz, su arte, asistimos a una fiesta de los sentidos. La magia se adueña de la noche, girasoles florecen entre los instrumentos musicales, colibríes revolotean en las notas de las canciones, las luces prefieren ser rojas, blancas y azules. Tal parece que La Giraldilla, apunta al pequeño escenario del Hotel Telégrafo, ella tampoco quiere perderse el disfrute de, una noche con, Ivette Cepeda.

Comienza su concierto con Mariposita de primavera y su voz es como un suspiro de amor fugaz que revolotea entre aplausos y en negativa a extinguirse, regala una y otra canción.

Le escucho por segunda vez su canción, País. En esta ocasión adquiere otro sentido, como si la estrenara para mí. Estoy escuchándola desde la otra orilla, con mis pies sobre mi tierra. En noche de bienvenida, reencuentros, fiesta de besos, reafirmaciones. Ivette se me antoja una palma real o un girasol gigante, regalándome frases y acordes, ratificando que “mi raíz es el sueño de los que aquí están, de los que han partido”. No tengo dudas, “soy de aquí de este suelo”. Un país mío, nuestro, estalla en su voz, convocándonos a unirnos, a hacer, a no dejar morir los sueños.

Mientras canta recuerdo su ultima visita a Miami, los aplausos y deslumbramientos de un publico que la hizo suya, que le desbordo el emblemático “Hoy como ayer”, una y otra vez, rindiéndose a sus pies y su voz. Puerto Rico no escapo a su magia y el teatro Tapia, en funciones repletas de público, arte y amor, le acaricio con la otra ala del pájaro. Casi viajo hasta San Juan a escucharla, a regalarme ese encuentro de alas y artes.

Termina su concierto, saluda a amigos. Me regala un abrazo y un beso, me sorprende con halagos. Justo cuando iba a regalarle adjetivos y prometerle próximos escritos, me dice; ay habanero, que lindo escribes, no son tus halagos, las cosas lindas que dices de mi, es la forma en que escribes, en que lo dices todo. Me deja sin palabras, sorprendido y orgulloso, me prometo hacerle un día una entrevista, a lo Habanero2000, mientras sonrojado le digo gracias. Mis amigas, las palabras, a veces, me abandonan cuando mas las necesito.

Le saludo de parte de Candi Sosa, que compartió escenario con ella en Los Ángeles y de Marvin. Le pregunto por su próxima visita a Miami, no se cuando regrese, me responde. Allá en un rinconcito de mi mente me digo, tengo que decirle a Favio que nos la lleve pronto, su próxima presentación en Miami, será como hoy en la Habana, como ayer en Miami, como siempre, ¡un regalo!

Regreso, vuelvo a mi vida en la ciudad que elegí para vivir y construir sueños. Pienso y repaso los conciertos de Ivette, a un lado y otro de este mar, ¿El mejor? El próximo, sin dudas, será siempre su mejor concierto, ese que aún esta por hacerse realidad.
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¡Quiero volver a ver a Cuba, por última vez!

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Yoly como le decían sus amigos más cercanos, siempre fue de esas mujeres seguras de sí misma. Cuando se proponía algo lo lograba. En Cuba se graduó de la universidad con honores y consiguió una buena ubicación al finalizar sus estudios. Enseguida se destacó y hasta alcanzo un puesto importante en su empresa. Yoly no creía en obstáculos, ni imposibles, era capaz de arremeter con la cabeza contra un muro de ladrillos, segura de derribarlo.

Yoly siempre amó a su isla, a ese pedacito de tierra donde le toco nacer, de un modo especial. En su amor por Cuba, había algo de esa fuerza que la caracterizaba, ese darse todo sin medias tintas. Amaba a su tierra con un amor total y pleno. Por su trabajo tuvo que recorrer casi toda la isla. Cada vez que llegaba a un pueblo o lugar nuevo, gustaba de tomar un poco de la tierra en sus manos y acariciarla, mientras la esparcía al viento; ¡Mi tierra! Decía con orgullo, mientras la veía dispersarse en el viento.

Sus amigos y familiares más cercanos se sorprendieron cuando un día, Yoly les dijo que se iba del país, no la entendían. Yoly los miro y les dijo de una forma que no admitía replica, ni explicaciones.
– Debo irme, tengo ganas de gritar lo que me dé la gana, sin pensar antes en reacciones, ni repudios. Quiero construir mi propia vida, fuera de marcos y estatutos. Quiero ser libre, coño y eso para mí es más importante que un plato de comida o un buen puesto en el trabajo. Me voy del país, pero me llevo a Cuba en el alma y en mi intento. Volveré una y otra vez a mi tierra, que será siempre mía, a pesar de mares y lejanías, de exilios y años. Me voy de Cuba, pero Cuba se queda en mí, para siempre.

Yoly, como muchos, paso más trabajo que un forro e’ catre al principio, pero no se dio por vencida. La palabra derrota, no existía en su vocabulario personal. Matriculo cursos, se preparó para crecer en el futuro, trabajo duro, tanto que hasta descuido su salud personal. Al final logro montar su propio negocio y aunque no se convirtió en “millonaria”, como muchos en Cuba creían, gozaba de una buena posición económica, su negocio era su vida.

Solo descansaba cuando iba a Cuba, aunque fueran solo 5 ó 6 días. Allí volvía a ser la muchacha llena de sueños, a acariciar tierras y esparcirlas al viento, a sentirse plenamente cubana. Un día, unas amigas le cuestionaron sus frecuentes viajes a Cuba.
– Ve a Europa, deja que Paris, Madrid y Roma te deslumbren y enamoren, te olvidaras de La Habana, de Santiago, Cienfuegos y hasta de tu Cuba.
Yoly los miro muy seria y les dijo.
– Iré a Europa, dejare a las grandes ciudades deslumbrarme, solo para demostrarles que seguiré amando a Cuba y llevándola en el alma con orgullo.
Planifico su viaje, 21 días en Europa, recorrió y amo grandes ciudades, regreso a su Miami. Sus amigos le dijeron.
– ¿Bueno, ya se te quito la majomía con Cuba? ¿Cuál ciudad te gusto más?
– ¿Majomìa? Ustedes están delirando, ahora amo más a Cuba. La ciudad que más me gusto fue Madrid ¿y saben por qué? Porque me parecía ver a La Habana multiplicada y engrandecida, magnificada sin consignas, ni discursos. El mes que viene, me voy pa’ Cuba otra vez a acariciar esa tierra que siempre será mía.

Yoly seguía trabajando duro y descuidando su salud, no hacía caso a las señales que su cuerpo le daba, su terquedad y fortaleza le hacían creer capaz de vencer enfermedades. Una mañana se desmayó en el trabajo y la llevaron de urgencia al hospital. Tiene la azúcar alta, debe cuidarse y hacer dieta, le dijeron los doctores muy serios. Yoly se rio, mientras se decía; la diabetes no podrá conmigo. Hizo caso omiso a consejos y recomendaciones de amigos y médicos, su terquedad que la había ayudado a triunfar en la vida, le hacía trampas, jugándole una mala pasada.

Unos meses después, Yoly fue ingresada de urgencia. El medico fue tajante esta vez.
– O te cuidas y sigues nuestras indicaciones o te mueres. Debes estar varios días en el hospital hasta que logremos estabilizar los niveles de azúcar.
Paso unos días en el hospital, una mañana al levantarse de la cama, tropezó y cayó al suelo. La enfermera y el medico la encontraron llorando.
– ¿Qué pasa? No veo bien, veo todo nublado.
El medico la miro serio, mando a salir a la enfermera y tuvo con ella una larga conversación. Diez días después, Yoly salía del hospital, había perdido peso, estaba pálida. Llamo a sus amigos y amigas más íntimos. Cuando todos estuvieron presentes les hablo.
– Quiero que me acompañen en un viaje a Cuba, voy a recorrerla completa. Los que no tengan el dinero, yo les ayudare, yo me encargo de los gastos allá. Voy a rentar una guagüita y con los que decidan ir conmigo, recorreré toda Cuba.
Los amigos empezaron a decirle que hacia solo dos meses había regresado de Cuba, que debía esperar unos meses para recuperarse. No falto hasta quien invento algún pretexto para no acompañarla. Yoly los miro a todos y con esa voz y ese tono que más de una vez había convencido a muchos, les dijo.
– ¡No entienden que me estoy quedando ciega! El médico me lo dijo aquella mañana que me caí en el hospital, lo mantuve en secreto hasta hoy. No quiero lastimas, ni consuelos. Solo quiero volver a ver a Cuba, antes de quedarme completamente ciega. No quiero ir sola, por vez primero necesito ayuda para hacer algo, no voy a insistir, solo quiero saber quiénes me acompañaran.
Todos sus amigos decidieron acompañarla. Al mes siguiente Yoly y sus amigos, llegaban a Cuba, en este su último viaje para ver a su tierra.

Yoly recorrió toda la isla, de un extremo a otro. Se extasió con las palmas, las flores, con los mogotes de Pinar del Rio, con los paisajes del Valle de Yumurì, con el Escambray y con las montañas de la Sierra Maestra, no le quedo rincón por visitar, ni tierra por acariciar, todo le parecía una fiesta y un regalo divino. Dedico unos días a recorrer La Habana, la miraba sentada en el muro del malecón y sus lágrimas se confundían con el mar que la salpicaba. Llego el último día del viaje, en el regreso al aeropuerto sus amigos no hablaban, no querían romper el encanto y la magia de los últimos minutos de Yoly viendo a su tierra, despidiéndose de colores y paisajes, de ciudades y pueblos.

Al llegar a Miami, sus amigos la acompañaron hasta su casa, colaron café y se reunieron a tomarlo en la terraza. Yoly tomo su café sorbito a sorbito, como quien quiere detenerse en el instante y que el tiempo no avance. Miro a sus amigos y les dijo.
– Ya no me importa quedarme ciega, en mis recuerdos podré ver a Cuba una y otra vez, eso era lo único que necesitaba para despedirme con dignidad de la visión. No me tengan lastima, no la necesito, los recuerdos de mi tierra, me compensaran de la falta de vision. Tal vez algun dìa tenga valor para volver a pisar esa tierra, sin poder verla; entonce podré acariciarla y olerla, fundirme en ella.

Sus amigos la abrazaron antes de despedirse, seguros que su amor por Cuba, harìa el milagro de ayudarla a vencer la ceguera; de seguir viendo a Cuba en el recuerdo.

La historia es real, yo solo la adorne y la convertí en un cuento para compartirla con ustedes.

Fotografia tomada de Google del Valle de Yumurì

Monólogo de una madre, mientras se mece en el sillón del tiempo.

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Ya falta poco, solo unos días y estará aquí. Siempre que regresa es como si nunca se hubiera ido. Aunque aquí, en mi corazón, está siempre conmigo. El corazón de una madre no cree en distancias, ni ausencias, no las entiende ni acepta. Esto de no verlo todos los días, es duro, solo yo sé de este dolor. Levantarme y no verlo, usar besos gastados de tanto uso y abuso, mirar fotos, hablar de él, hacerlo presente cada día a fuerza de recuerdos. Ahora tengo sus escritos, los releo, los aprieto contra mi pecho, cada palabra es un abrazo, cada frase un beso y un te quiero.

Nunca me dice cuando está enfermo, no le gusta preocuparme, ni cuando tuvo la fractura del tobillo me dijo nada. No sé cómo se las arregló 2 meses sin trabajar y no dejo de enviarme nunca el dinero, ni llamarme, hasta fotos me enviaba; claro nunca dejaba que se le viera el yeso. No puedo reprocharle que me oculte cuando está enfermo, lo aprendió de mí. Nunca les dije cuando me sentía mal, hasta les negaba que tenía fiebre para seguir haciendo los quehaceres de la casa y atenderlos.

Mañana debe llamarme, le encanta hacerme reír, creo que mi risa le hace bien, le es necesaria. Como si cada semana tuviera que renovar su provisión de mis risas y usarlas una a una, ante cada problema o tristeza que enfrente. Sus ocurrencias, sus halagos, siempre terminan haciéndome reír, siempre ha sabido hacerme sonreír por muy triste que estuviera.

Recuerdo la primera vez que le dije que no quería que llorara el día que yo no estuviera. Que no quería que sufriera, que me iría sin que me debiera nada, que todo me lo había dado en vida, solo me abrazo fuerte y me beso mientras me decía al oído, prometido. En otra ocasión le dije que sentirse querida como él me quería, era tener la gloria en la vida. No me dijo nada, sus ojos inundados en lágrimas hablaron por él. En eso salió a mí, en llorar fácil, aunque saco el carácter fuerte de su padre y lo peleón de él. Aunque conmigo nunca pelea, ni siquiera cuando salía y al besarlo le decía; ¿A dónde vas? ¿A qué hora vienes? Solo me miraba y yo le decía; ay mi hijito es la costumbre, dime lo que quieras, pero no puedo evitarlo. Volvía a besarme y reíamos juntos.

Ay mi hijito, siempre te dije que no quería morirme dejándote de este lado del mar. Fueron muchos años soñando con irte. Tu primer intento de salida, me destrozó, nunca lloré tanto en mi vida. Después comprendí que era lo mejor para ti. Los hijos crecen, les damos alas para que vuelen, no para que se queden a nuestro lado. Las mismas alas que te di, te traen a mí en vuelo necesario, recurrente.

Te he dicho un montón de veces que quiero verte con una pareja buena. Te niegas a enamorarte, a veces pienso que lo haces para atarme a la vida, para obligarme a seguir aquí, al alcance de una llamada o de un vuelo. Quiero conocer a esa persona especial y poderme ir tranquila, pero te prometo vivir un poco más con tal que decidas tener alguien a tu lado. Cuando vengas, hablare contigo sobre eso, haremos un pacto.

Hace días me dijiste que podría dejar de cocinar a los 100 años, ¿Cuantos años piensas que voy a vivir? Siempre me dices que vendrás a celebrarme los 100 años y pondrás un cartel enorme frente a la casa, ¡Mamá cumple cien años! Eres tan cabeciduro que sé que lo vas a lograr. Cuando se te mete algo entre ceja y ceja, no paras hasta lograrlo.

Un día te enfrentaste a la muerte por mí. Creo que ese día era mi hora, pero la muerte se encontró frente a frente contigo y no pudo vencerte. Recuerdo que estuviste toda la noche tomando mi mano, sujetándome a la vida. Yo, en mi estado, solo sentía un calor que venía de ti y llegaba hasta mi corazón, increíble, pero fue así. Me diste tu vida esa noche, casi toda. Cuando amaneció estabas deshecho y con la presión por la nubes, pero ya lo peor había pasado; la muerte se fue con las manos vacías, tu amor la derrotó y aquí estoy 14 años después, esperándote otra vez. Siempre te espero.

Ser madre es una carrera sin retiro, vacaciones, ni días libres. Si volviera a vivir quisiera volver a tener a tus hermanas y a ti junto a mí. Esta carrera sin retiro, es la mejor del mundo, la he disfrutado cada minuto. Llegar a mi edad y saberse querida, admirada, necesaria, es el mejor premio que me ha dado la vida.

Esta rodilla me está doliendo un poco, ya pronto se me quitara ese dolorcito. Cuando él llegue y me lleve a pasear por la ciudad, es como si mis achaques se escondieran o salieran corriendo, no quieren vérselas con él. Me encanta caminar de su brazo por la ciudad. La primera vez que me llevó por el centro histórico de la ciudad, le dije; ¡Que ganas tenia de caminar por aquí! No se lo decía a nadie, quería que fueras tú quien me trajera.

La gente pasa, me saluda, ni se imagina que estoy pensando en ti, en tu regreso. Cada regreso es una fiesta, soy tan feliz de saberte aquí, que hasta dormida soy feliz. Espero no hagas gastos este año, ya te dije que no tengo espacio para una blusa más, ni una batica de casa más. Cuando entenderás que el único regalo que necesito es tenerte junto a mi unos días, pasar el día de las madres contigo, mirarte y decirme una vez más; por instantes como este, ¡Vale la pena vivir 100 años!

Lázaro, regresa a casa.

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Mis amigos saben que uno de los sitios obligados a visitar por mí, en cada viaje a La Habana es la iglesia de San Lázaro en el Rincón. Siempre voy llevando a mami del brazo, sosteniéndonos ambos, con amor y Fe.

Desde que nos bajamos del auto, sabia que seria una visita especial, algo en el aire lo anunciaba, lo presentía. Nos recibía una iglesia pintada, restaurada en su totalidad, conservando su humildad y encanto, su magia.

Por vez primera, antes de entrar a la iglesia, vimos a un hombre cumpliendo una promesa. Desde la entrada, de rodillas, avanzaba hacia la iglesia, le hice algunas fotos. Sus familiares le ayudaban. No se detuvo hasta llegar al altar, allí siguió de rodillas, dando gracias, orando, con Fe.

Cuando llegamos frente al altar de San Lázaro, mami y yo nos sorprendimos; Lázaro había cambiado su imagen. Despojado de lujos y vestiduras de obispo, prefería vestir de mendigo, humilde y enfermo, con sus perros acompañándolo. En la mano derecha el cencerro que llevaban los leprosos para anunciar su paso, la izquierda extendida, pidiendo limosna. Hasta imagine que nos decía; tarde, pero ya estoy de vuelta, este es mi lugar.

Sin dudas, esta imagen es la que buscan y veneran todos los que llegan al Rincón, cumpliendo promesas, orando con fe o conversando con Dios. Siempre digo que Dios esta en todas partes, pero por alguna razón desconocida, tal vez por su ausencia de lujos o la fe de los que la visitan; su presencia en este lugar, la siento mas fuerte, mas intensa. Es mi lugar preferido para orar, para dar gracias y de rodillas, con mami apoyada en mi hombro decir; Gracias por este encuentro, gracias por todo.

En esta visita vivimos un momento superespecial. Como Si Lázaro mendigo, en su regreso a casa, nos regalara un milagro, un milagro de amor y Fe. El cura, un muchacho joven, llamo a todos a sentarse frente al altar mayor, dijo una oración a la Virgen María, nos pidió que nos acercáramos para bendecirnos y rociarnos con agua bendita. Yo, entre la gente, trataba de llevar a mami cerca de él, quería que la bendijera de forma especial, cuando estuviéramos cerca pensaba pedírselo. Cuando nos acercábamos al altar, el cura vio a mami, se acercó a ella, le puso la mano en su cabeza y dijo una oración bendiciéndola a ella, a su familia, a todos sus seres queridos. Sin necesidad de pedírselo, entre todos, la eligió a ella para una bendición especial. Mami yo lloramos emocionados, por suerte pude atrapar el momento en una foto, constancia de un momento de fe y amor, de milagros y lagrimas.

Después de casi 100 años, Lázaro mendigo, regresaba a casa, él no era el único; yo también regresaba a casa. No importa el tiempo lejos, dificultades o decretos, todos terminamos regresando a casa. Mas tarde o más temprano, todos regresaremos a casa, una casa enorme donde entre milagros y sueños, construiremos esa patria soñada, “Con todos y para el bien de todos”.

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El milagro del amor.

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Siempre un viaje a nuestro país, a nuestros orígenes, a los brazos de mamá, es un viaje especial. Cada minuto compartido, vivido intensamente, adquiere matices mágicos. No bastan las fotos o notas tomadas para atraparlos; solo podemos guardarlos en el corazón. Ponernos la mano en el pecho y acariciarlos, revivirlos uno a uno.

Cada viaje, me parece siempre el mejor, el más intensamente vivido, el más feliz. Si tuviera que nombrarlos, este ultimo seria; “El milagro del amor”. Quiero compartir este milagro con ustedes, mis amigos. Aunque muchos, no nos hemos visto las caras, a pesar de debernos un abrazo, el amor a Cuba nos hermana, nos hace amigos, hermanos.

Mami, estaba recuperándose de una queratitis que la obligo a guardar reposo, aún no estaba de alta. Dejo de cocinar, el calor de la cocina le impedía su recuperación, dejo de hacer sus caminatas diarias, su sentarse al sol a calentar el cuerpo y los recuerdos. A su edad, este reposo obligado termina haciendo daño. Al principio no lo note, me esperaba de pie en la sala, sus besos, sus abrazos, tuvieron la fuerza de siempre, no hay achaques que puedan vencerlos. Mientras desempacaba y repartía regalos, mami se sentó, al levantarse noté que le costó trabajo. Ya de pie, tuvo que esperar unos segundos para caminar. ¿Qué pasa mami? Pregunté preocupado. Es que se demora un poquito para tener equilibrio, me aclaro mi hermana. Entre en su cuarto y vi un caminador, un walker, como le decimos nosotros, algo anda mal me dije. Pensé que nuestras caminatas por el centro histórico de la ciudad tendrían que cancelarse, mas estancia en casa y menos paseos.

Comenzaron las salidas, mami se aguantaba de mi brazo, en un intento más de retenerme a su lado, que de sostenerse. El domingo, me decidí al paseo por el centro histórico de la ciudad. Ese encuentro con mi ciudad, su historia, teniendo a mami del brazo no podía faltar. Pensé seria breve, unas cuadras, sentarnos en un banco, merendar algo y regresar. Sin darnos cuenta el amor hacia de las suyas, un milagro ocurría. Entre mi ciudad, mi madre y yo, lo hicimos. Al influjo del amor y la alegría, Mami, comenzó a caminar a grandes pasos, a veces tenia que decirle; despacio, no hay prisa. Nos detuvimos un instante, la mire y le dije; ¡Mami, estas caminando perfectamente! Se río; si parece que solo necesitaba ejercicios, caminar un poco a tu lado. Nos miramos, reímos como niños, nos besamos, consumando el milagro.

Así es el amor, así será siempre, hacedor de milagros, fabricante de sueños, derribador de muros, vencedor de distancias. A veces alguien me pregunta, ¿Por que no vas una vez a La Habana y el otro viaje lo haces a Europa, a Madrid que tanto amas? Si la economía me diera para más viajes, los haría todos a los brazos de mi madre. Sentirla aguantarme fuerte como quien quiere sujetarme para siempre, su sonrisa de felicidad, el cambio que ocurre en ella al verme y compartir conmigo, vale por visitas a las mas famosas ciudades del mundo; su rostro de felicidad y alegría es la mejor obra de arte que puedo disfrutar.

Jugar a ser mago, a hacer milagros que prolongan la vida y la alegría proporciona una felicidad incomparable. Le decía a un amigo; me recibió una persona y me despidió otra; mami rejuveneció gano fuerzas, vida, se burlo de los años y los achaques. Sosteniéndose de mi brazo con fuerza le gano la carrera a la vejez para llegar eternamente joven y vital a mis brazos, en un milagro del amor, ¡Nuestro amor!

Una maleta cargada de recuerdos.

Maleta,  Fuentes Ferrin, pintor cubano radicado en Houston.
Rodolfo salio de Cuba cuando tenía 22 años. Sus padres siempre habían querido irse, pero el soñaba con ser un gran periodista, hacer algo diferente a lo que siempre leía en el periódico oficial. Sus sueños, fueron destrozados aquella tarde que lo expulsaron de la Universidad. Solo le dijeron, tu conducta social, no es compatible con la de un periodista de nuestro pueblo. Intento hablar, argumentar, un puedes irte, puso fin a la conversación. Esa noche después de la comida, les dijo a sus padres
– Llamen a la abuela, díganle que puede empezar los trámites cuando quiera, mi vida aquí se termino.
Sus padres intercambiaron miradas cómplices.
– Siéntate mi hijo, le dijo la madre, hace un año mi mamá nos reclamó a los 3, en unos meses debe resolverse todo. Siempre confiábamos que a última hora te decidieras, aunque te negabas a irte, teníamos la esperanza que llegado el momento, lo aceptaras y te fueras con nosotros. Sin ti no íbamos a irnos, pero te daríamos un buen susto para obligarte a decidirte. Ahora ya lo sabes, no hay que decirle nada a la abuela, solo esperar unos meses e irnos.
– Me alegro, cuanto antes mejor, mi tiempo aquí se acabo, quiero empezar un nuevo tiempo. Solo una pregunta, ¿El abuelo se va con nosotros?
– No hijo no, respondió su padre, el viejo dice que él se muere aquí, que a sus años se moriría de tristeza viviendo al norte; el viejo, se queda.

En 6 meses recibieron la visa y viajaron a Miami. Dejar a su abuelo fue duro para Rodolfo, ese viejo y él, eran más que abuelo y nieto, eran amigos, en el momento del abrazo final, su abuelo le dijo.
– Este no es nuestro ultimo abrazo, volverás Rodolfo, lo se, hay demasiados recuerdos en esta casa y en esta tierra para que puedas vivir sin ellos, volverás a buscarlos. Yo, estaré esperándote, lo prometo.
Se abrazaron como dos amigos que se dicen hasta pronto. Cuando Rodolfo subió al auto, no tuvo fuerzas para mirar hacia atrás, su abuelo quedo en la reja del jardín, intentando detener el tiempo en sus ojos.

Rodolfo, empezó a trabajar al mes de estar en Miami. Un amigo que trabajaba en el aeropuerto le consiguió el trabajo. Así esta Miami, sin un amigo que te de un buen empujón, no consigues un trabajo que pague mas del mínimo. Unos meses después se presento a pruebas de ingreso para el College. Lo aceptaron, debería tomar unos cursos para completar algunos créditos que le faltaban y mejorar el inglés. Por suerte, logro sacar sus notas de Cuba y eso le dio algunos créditos extras.

Un día, conversando con un nuevo amigo, le dijo que siempre le había gustado escribir, que su sueño era ser periodista y hacer un periodismo inteligente, hacer crónicas que conmovieran e hicieran pensar.
– ¿Por que no escribes en un blog? Eso te ayudara y te dará experiencia, quien sabe un día te lea alguien y te inviten a escribir en un periódico o publiques un libro, le dijo su amigo.

Después de mucho pensarlo, Rodolfo se decidió a escribir en un blog, Recuerdos, lo llamó. Escribía mucho sobre el tiempo compartido con su abuelo, también sobre sus recuerdos y frustraciones. Cada vez que le llegaba alguna noticia de Cuba, la investigaba y terminaba narrándola y analizándola a su manera. Un día recibió un correo electrónico, lo invitaban a escribir en una columna semanal en un periódico de la ciudad. Imprimió el correo y se los enseño a sus padres después de la comida.
– Ves mi hijo, le dijo su madre, poco a poco tus sueños se hacen realidad. En la vida hay que luchar por lo que uno quiere y prepararse con las mejores armas para esa lucha, nada se da fácil, si vale la pena.
– Es cierto mamá, pero cuanto me gustaría que abuelo estuviera aquí para compartir con él esta alegría.
– Nada te impide compartir con tu abuelo esta alegría, prepara el viaje a Cuba y llévale el primer escrito que publiques en el periódico. Nada lo haría más feliz que verte y ver algo escrito por ti en un periódico. Imprime todos los escritos de blog y llévaselos, es el mejor regalo que podrías hacerle.

Rodolfo, comenzó a preparar su viaje a Cuba. Lleno un “gusano” enorme con regalos para su abuelo y amigos. Publico un articulo en el periódico que fue muy bien recibido aunque el editor le dijo; demasiado intelectual para esta ciudad.

Una tarde al llegar del trabajo, su mamá le pregunto.
– Hijo, ya tienes el “gusano” ¿Cuándo vas a sacar el pasaje y pedir las vacaciones en el trabajo?
– Me falta una maleta mami, ¡una maleta que estoy buscando y no encuentro por ninguna parte!
– ¡Otra maleta! Vas a tener que pagar un dineral por exceso de equipaje hijo.
– No, esta maleta es para traer, no para llevar, dijo Rodolfo, mientras sus ojos brillaban.
– ¿Traer? ¿Que piensas traer de Cuba? Ten cuidado que te pueden detener en la aduana al regreso, quitarte todo y multarte.
– Recuerdos, estoy buscando una maleta donde puedan guardarse recuerdos, la he buscado por toda la ciudad y no la encuentro.
Su mamá salio del cuarto sin decir una palabra, pensó que su hijo estaba bromeando con ella y no quiso entrar en detalles.

Buscando la maleta, Rodolfo fue al Dollarazo, a Valsam, recorrió todas las tiendas donde venden los “gusanos” para los viajes a Cuba. Todo el mundo se reía y lo tomaban por loco o bromista, cuando preguntaba por una maleta para guardar recuerdos. Una tarde al salir de una de las tiendas de la 20 y la 20, un anciano se le acercó.
– Yo tuve una maleta como la que buscas, te oí preguntarle a la dependienta. La vendí hace años a un mago de un circo que paso por Hialeah, si lo encuentras y logras conmoverlo con tu historia, te la dará por un buen precio.
-¿Cómo encontrarlo? ¿Dónde lo busco?
– No tendrás que buscarlo, él vendrá a ti cuando menos lo esperes ten todo listo, el tiempo es oro.

Rodolfo, vivió días de espera angustiosa, cada vez que algún extraño se le acercaba, el corazón daba un salto en su pecho. Una mañana, al salir del gimnasio, un señor vestido de negro se le acerco, le dio la mano.
– Hola Rodolfo, yo tengo la maleta que buscas, ¿Para que la quieres?
– Cuando salí de Cuba, deje a mi abuelo allá, él es mi mejor amigo, entre él y yo no hay secretos. Hay muchas cosas que recuerdo del tiempo que compartimos, otras se me confunden, también hay montones de recuerdos de mi vida que dejé allá y que necesito para seguir viviendo, para poder seguir siendo quien soy y no perderme por los caminos del mundo, por eso he buscado desesperadamente, ¡Necesito traerme esos recuerdos!
– Dame una semana, le respondió el mago, necesito buscar donde guardar mis recuerdos antes de darte la maleta, cada uno requiere un sitio especial, solo una semana.
Repitió el mago mientras se alejaba, Rodolfo le grito.
– ¿Donde nos veremos?
– En la vida, yo sabré encontrarte.
Desapareció ante él, sin dejar huella, como en un acto de magia.

Al día siguiente, Rodolfo pidió sus vacaciones para dentro de 8 días. Fue a la agencia de viajes y saco su pasaje para dentro de 8 días. Confiaba en la palabra del mago, estaba seguro que no le fallaría.

A la semana exacta, ni un minuto antes ni un minuto después, el mago se apareció frente a Rodolfo, con una maleta en la mano.
– Aquí la tienes, cuídala.
– ¿Cuanto le debo?
– Nada, los recuerdos, no tienen precio.
Desapareció ante él, dejándolo sorprendido y feliz en medio de la calle.

Esa noche, Rodolfo, no durmió, el nerviosismo del viaje, la alegría de volver a ver a su abuelo, apenas lo dejaban conciliar el sueño. Se despertó varias veces sobresaltado, buscando la maleta, termino poniéndola en la cama junto a él, solo así pudo dormir un par de horas.

Recogió el “gusano” y su maleta especial y salio feliz de la aduana habanera, su abuelo estaba esperándolo. Se abrazaron durante minutos, su abuelo le acariciaba el pelo y lo besaba mientras le decía.
– Te lo dije, sabia que volverías pronto, aún nos faltan muchos abrazos por darnos y recuerdos por compartir. Esta es tu tierra, sin los recuerdos, sin tu vida aquí no podrías construir tu vida allá, seria como una casa sin cimientos.

Rodolfo llego a la casa, sus amigos lo esperaban en el portal, su abuelo había dejado la casa abierta para ellos, muchos hasta tenían la llave; Rodolfo y su abuelo, compartían amigos y recuerdos. Abrió el enorme “gusano” con los regalos para sus amigos y su abuelo. Dejo para el final el periódico con su artículo y los escritos de su blog impresos. Cuando el abuelo trajo el café y lo sirvió, le dio el periódico, el viejo lloraba leyéndolo y acariciaba el nombre de su nieto en el periódico.
– Lo sabia, tu triunfo, que logres tus sueños, es lo único que me consuela de tu ausencia, te prefiero allá haciendo realidad todos tus anhelos y ganas que aquí frustrado y sin futuro.
– También tengo un blog abuelo, dijo Rodolfo dándole todos sus escritos impresos.
– Estos los leeré después con más calma, dijo el viejo, mientras los apretaba contra su pecho.

Un amigo levanto la maleta regalo del mago.
– ¿Y esta maleta? , parece que esta vacía.
– Es una maleta especial, denme un minuto para llevarla al cuarto y abrirla.

Rodolfo fue al cuarto, coloco la maleta en la mesita de noche, la abrió. Poco a poco, convocados por algún conjuro especial fue llenándose de recuerdos. Su primera caída, su primera partidura de cabeza, su mamá cuidándolo cuando tenia fiebre alta, su abuelo, sentándolo en sus piernas y haciéndole cuentos de magos y fantasmas, el primer libro que le regalo su abuelo, su primer beso de amor, su primer orgasmo, su primera alegría y su primera tristeza, todos su recuerdos fueron llegando y acomodándose en la maleta, los buenos y los malos, ambos son necesarios para vivir. Rodolfo estaba paralizado, no pensó que podría reunir todos sus recuerdos tan rápido, algunos, los creía perdidos para siempre. Lagrimas y alegrías, sonrisas y penas olvidadas, escuelas al campo, almuerzos especiales con la familia reunida, caminatas por las calles de La Habana, besos robados, hasta una bandera tricolor ondeando al viento, se coló en la maleta. Nada faltaba a la cita obligada de sus recuerdos. Lo sorprendió su abuelo tocando en la puerta.
– Rodolfito, dijiste un minuto y ya llevas 3 horas en el cuarto, sal a compartir con tus amigos, el almuerzo ya esta listo.
¡Tres horas! Rodolfo se sorprendió, dejo la maleta abierta y salio.
– Discúlpenme, me entretuve con los recuerdos.

Se sentaron a almorzar, conversaron de mil cosas. Cuando se fueron sus amigos y se quedo a solas con su abuelo, le contó de la maleta y su intención de llevarse sus recuerdos.
– Es difícil llevarse todos los recuerdos, algunos quedaran aquí y tendrás que volver una y otra vez por ellos, otros son compartidos, si te los llevas todos, ¿Qué me haría entonces yo para recordarte, para compensarme de tu ausencia?
– No abuelo, los recuerdos compartidos seguirán siendo nuestros, esa maleta sabe lo que hace, ¿Recuerdas el primer libro que me regalaste y lo que me dijiste al dármelo?
– Claro que lo recuerdo, que un día tú me regalarías un libro escrito por ti, que leyeras mucho y ejercitaras tu memoria, solo así podrías ser un día un escritor.
– Ves, ese recuerdo ya esta en la maleta y sigue también contigo, lo seguiremos compartiendo.

Llego el día de la partida, Rodolfo le dio un fuerte abrazo a su abuelo.
– No me acompañes al aeropuerto, prefiero que nos despidamos aquí, con un hasta luego, volveré pronto, lo sabes.

Se abrazaron, intentando retener uno y llevarse el otro lo mejor de cada uno. Rodolfo tomo su maleta, subió al taxi. Hizo un viaje rápido, en Miami, los esperaban sus padres.
– Cuéntanos ¿Como esta el viejo? ¿Como te sientes?
– Vengo cargado de recuerdos, dijo, sin que sus padres pudieran adivinar el sentido exacto de esa frase.

Llego a su cuarto, coloco la maleta en su mesa de noche, la abrió. Su cuarto se inundo con su infancia, con toda su vida, sintió un ruido, como si una ola gigantesca golpeara contra la pared del cuarto, en la confusión reinante, le pareció ver a su abuelo sentado en la cama y hasta escuchar su voz diciéndole; los recuerdos Rodolfo, eso somos, solo lo que podemos recordar es lo que hemos vivido.

Fotografia tomada de la pagina de Fuentes Ferrin, pintor cubano radicado en Houston.

Una promesa.

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Preparó su viaje a Cuba, sin avisar a nadie, lo mantuvo en secreto, hasta el último momento. No quería escuchar otra vez la historia; para qué vas a ir, si solo tienes allá primas y tías. También quería sorprender a sus primas, ver sus caras cuando la tuvieran frente a frente, sorprenderse a si misma, en ese encuentro con su infancia y afectos. Les dijo adiós una mañana de abril hacia años, mas de 30, sin saber como, ni por qué. Mientras estaba en el avión, en el viaje mas corto y mas largo de su vida, revivió aquellos días en que, como muchos, se fue del país llevada por sus padres.

Su mamá, una semana antes le dijo; ya no vas mas a la escuela, nos vamos del país en pocos días. Se alegro por eso de no tener escuela, pero no entendía muy bien que era irse del país, hasta pensó que era un juego que sus padres se inventaban. A los 6 años de edad, todo parece un juego, a veces. Solo se puso triste cuando su papá le dijo que sus primas no iban. Una historia larga de la que solo entendió que ella se iba y sus primas se quedaban.

Esa mañana, sus padres la despertaron temprano. Su mamá la ayudo a ponerse su mejor bata, le peinó su pelo y lo recogió en un rabo de mula; es mejor así para el viaje, le dijo. La miro y le dio un beso enorme, prolongado, el último beso en Cuba. Como si su patria, en los labios de su madre, le diera su adiós, un beso intenso, largo e inolvidable.

Recordaba los rostros de sus primas al despedirse, sus caras tristes. Ana, dejo para el final a Elenita, su prima preferida, eran como hermanas, se adoraban. Le dio un abrazo, mientras le decía al oído; no llores, volveré, ¡lo prometo! Elena, la miro a los ojos y le dijo.
– ¿Lo juras?
Ana, asintió.
– ¡Lo juro!

Más de 30 años, no sabía si su prima la reconocería. Se sentía culpable por tanta demora en cumplir su promesa. No era su culpa, todo tiene un tiempo exacto en la vida y este era el momento de su regreso, de cumplir promesas de saldar deudas, de sacarse angustias y nostalgias del pecho.

Salio del aeropuerto, tomó un taxi. Llevaba la dirección bien apuntada.

– Lléveme hasta aquí, parquee frente a la casa, por favor.

Esos 20 minutos hasta su barrio de la niñez y sus recuerdos, le parecieron horas. Como si el tiempo se vengara de ella por su demora en cumplir la promesa. Se bajo del auto, pago al taxista, puso su maleta en el suelo, miro a su calle, los árboles, el sol. Se soltó el rabo de mula, dejo su pelo libre, se sintió así. Suspiro, tomó su maleta. De pronto sintió que la abrazaban fuerte, unos brazos se aferraban a ella, hasta casi no dejarla respirar.

– Ana, Anita, estas aquí, mas de 30 años esperándote, no puedo creerlo, sabia que vendrías, te reconocí enseguida.

Rompieron a llorar, lloraban de tristeza, lloraban por todos estos años sin verse, por los juegos perdidos, por las sonrisas y penas que no pudieron compartir. Lloraban de dicha por estar juntas, las lágrimas borraban el tiempo sin verse, desaparecían la distancia, a pesar de tener casi 40 años, eran dos niñas en medio de la calle abrazándose y mezclando sus lagrimas. Tocándose, gritándose en el gesto; estas aquí, ¡¡Existes!!

Entraron a la casa abrazadas. Elena gritaba.

– Mamá, mamá, mira a quien encontré frente a la casa.

Un Ave María Purísima, Santa Bárbara bendita, retumbaron en la casa, mientras la mamá de Elena dejaba caer la cazuela con el potaje al suelo y corría a abrazar a Ana. Se abrazaron las tres riendo y llorando. Ana, comprendió que la familia, no se rompe con separaciones ni mar por medio. No importan años ni distancias. Siempre temió que su prima no la reconociera, temía la hubieran olvidado, que no recordara su promesa. A su lado Elena, sonreía y entre lágrimas le decía.

– Sabia que vendrías cualquier día, lo sabía. Cada vez que un taxi pasaba por la cuadra, salía a mirar si eres tu, regresando, me parece mentira tenerte aquí.

Volvieron a abrazarse, lloraron juntas por la separación, por la alegría del encuentro, por no olvidarse nunca.

Llego el día de la partida de Ana, Elena, la acompaño hasta el aeropuerto. Se abrazaron fuerte, como intentando retenerse.

– Vuelvo pronto, traeré a mi hijo quiero que conozca a sus primos que juegue con ellos, que al juntarse, ganen el tiempo que tú y yo perdimos.
– ¿Lo juras?
– ¡Lo juro!

Orgullo de ser cubano.

Cuba, tomada de la pagina de Jorge D'strades.
Salio de Cuba, muy joven, casi un niño; apenas 12 años. Al principio extraño a sus amigos y a la novia que había dejado sin siquiera despedirse. Poco a poco se fue incorporando al mundo que le rodeaba. Aprendió ingles muy rápido, a pesar de los regaños y las peleas, se negaba a hablar español en la casa. De nada valieron las conversaciones sobre Cuba, las fotos que le enseñaba su abuela; Enrique, se sentía americano. Su pasado había sido borrado, como si alguien hubiera olvidado ponerlo en su equipaje; quedo allá, en La Habana, en algún paquete que alguien olvido recoger a ultima hora, abandonado en una gaveta.

Cada vez que su familia viajaba a Cuba, inventaba algún pretexto, que si exámenes, que los estudios, la novia; el punto era que no le interesaba volver. Su isla, suya a pesar del desamor, parecía borrada de sus memorias y su amor.

Cuando se hizo ciudadano americano cambio su nombre por Henry, hasta pensó en cambiarse el apellido, ese Pérez, no sonaba muy bien entre sus amigos americanos. No lo hizo por temor a un disgusto familiar, su padre no se lo hubiera perdonado nunca.

Cuando cumplió los 19 años, decidió mudarse solo. Su madre le dijo
-Enriquito, aquí tienes tu cuarto independiente y no tienes que pagar renta, yo te atiendo y puedes ahorrar, tienes más tiempo para tus estudios.
-Mon, vivir aquí es como seguir en esa Cuba de la que tanto hablan ustedes y yo soy americano. No quiero encontrarme una banderita cubana en cada esquina y adornos con palmeras y cocodrilos dondequiera, es hora de vivir a mi manera.
-Ven hijo, siéntate, hablemos dos minutos. Sabes que si nos fuimos de Cuba, fue por ti, si hoy estudias en una buena Universidad, manejas un buen carro y tienes un buen futuro, fue por el sacrificio de estos tres viejos que lo dejaron todo para poder darte una mejor vida. Muchas cosas no nos gustaban allá, pero teníamos nuestra casa, nuestra vida, nuestra Patria, solo por ti, fuimos capaces de dejarla. Me duele el alma cada vez que desprecias tu origen, que reniegas de ser cubano, somos lo que somos por ser cubanos, eres como eres, porque eres cubano, mi hijo, aunque te duela.

El padre, que escuchaba la conversación, solo dijo.
-Déjalo vieja, ya un día Cuba, vendrá a él, a recordarle su origen, morirá siendo cubano y amando nuestra bandera, ya veras, déjalo ahora. Hazme un poquito de café, un buen café cubano.

El día de la mudada, su abuelita, una viejita que se crío entre palmas y cañaverales, entro a su cuarto, silenciosa, arrastrando los pies.
– Se que no la amas o que crees no amarla, pero para mi, es como un talismán que me protege de todo lo malo, me la regalo mi padre antes de morir, me dijo que tenia muchos años, que era mambisa. No te pido que la pongas en un lugar visible, guárdala en una gaveta si quieres, déjala cuidarte, por favor, no me la desprecies, me matarías.

Saco una vieja bandera cubana y la doblo cuidadosamente en la maleta de Enrique, que asombrado, fue incapaz de oponerse, la dejo hacer sin pronunciar palabra.

Enrique visitaba poco a su familia, aunque hablaba a menudo por teléfono con ellos. Su intento de americanizarse del todo, no le permitía mucho contacto con esa casa, donde se respiraba Cuba, en cada esquina. Su vida transcurría más al norte, entre gringos y coffees, whiskys y hamburgues.

Un día, mientras disfrutaba su coffee en un Starbucks, recibió una llamada, un número desconocido, pensó ignorarla, pero algo le hizo responder.
– Hello, who is calling?
– Enriquito, soy yo, Jorge, el negro, no me digas que no te acuerdas de mí. Tu abuelita me dio tu número cuando estuvo en Cuba, me dijo que cuando llegara, te llamara enseguida, que necesitabas hablar conmigo.

Enrique, se sentó; Jorge el negro, en Miami. Recordó de pronto toda su infancia olvidada, cuando corrían descalzos por la cuadra y compraba durofrios y pirulíes en la casa de la esquina. Enrique, comenzó a sudar, sus manos temblaban.

– Dime negro, ¿Como estas? ¿Cuando llegaste? ¿Donde estas?
– Acabo de llegar, estoy saliendo del aeropuerto, el puro tuyo vino a recogerme, dice que mientras encuentre trabajo y levante presión, puedo quedarme con ellos, en tu cuarto, que ahora esta vacío. Tu viejo es de oro.

Sin saber como ni por que, Enrique comenzó a llorar, los primeros años de su vida, su infancia, se aparecía de golpe ante él. La voz del negro, de su hermano de niñez, hacia el milagro de revivir recuerdos.

– Voy para allá, te recojo y esta noche te quedas conmigo, creo que abuela tiene razon; necesito conversar contigo.

Los 40 minutos de viaje al sur, le parecieron horas. Llego a su casa, se asombro de no mirar de reojo la bandera cubana de la sala, hasta el olor a café recién colado, por vez primera, no le molestaba. Abrazo a todos, el último y más especial de todos los abrazos fue para Jorge.

– Coño negro, tienes un olor raro, extraño, pero me gusta.
– Es olor a Cuba, mi hermano, a la tierra.

Su mama, le susurro al oído al viejo; yo oí mal o ¿dijo coño?

Comieron juntos. Todos intercambiaron miradas y sonrisas cómplices; Enriquito, por vez primera saboreaba los frijoles negros y la yuca hervida con mojo y hasta repetía. Cuando terminaron, la abuela sirvió el postre.
– Se que no te gusta, pero lo trajo Jorge, no le hagas el desaire.

Le puso enfrente un plato con mermelada de guayaba y queso blanco. Enrique lo devoro, hasta limpio el plato.

Al final la abuela sirvió el café, todos se sorprendieron cuando Enrique, reclamo su taza de café cubano. Se hicieron señas y la mama fue corriendo a la cocina a traerle su taza.

Después de la sobremesa, Enrique le dijo a todos.
– Nos vamos, les robo al negro por una noche, tenemos mucho de que hablar.

Llegaron al apartamento de Enrique, pusieron sus cosas en la sala. La cara de Jorge, se contrajo.
– Perdóname mi hermano, pero aquí hay algo raro, voy a quitarme la camisa y tratar de encontrarlo.
Se volteo de espaldas y se quito la camisa. Enrique tembló cuando vio el tatuaje en su espalda, lo toco.
– Es Cuba, dijo en un susurro.
– Si mi hermano es Cuba, no quería que me pasara como a ti, que la olvidaste y me la tatué en la piel y en el alma.

Jorge , sin camisa, comenzó a buscar, sabia que algo había en ese apartamento fuera de lugar, algo que no estaba en el sitio adecuado y exigido. Se detuvo frente al gavetero del cuarto, de pronto la ultima gaveta se abrió de golpe, sin que nadie hiciera el mas mínimo gesto; la bandera cubana que había doblado su abuela, se desbordo de la gaveta, reclamando derechos y espacio. Jorge, la saco, la colgó en la pared, la miro. Jorge y Enrique se abrazaron llorando.
– Déjala ahí mi hermano, mírala todos los días. Cuba es tu raíz, tu origen, sin ella, nunca estarás completo.

Enrique se quedo mirando a su amigo, de espaldas, con Cuba en su piel, frente a la bandera, su bandera. Comprendió del todo que no importan los años lejos, aprender ingles o francés, uno sigue siendo cubano, llevando a Cuba en la piel y en el alma, dondequiera que este. Ser cubano, por suerte, nos marca para siempre, acuña nuestra vida y aliento, nos identifica y tipifica, nos da alas. Por vez primera, desde que se fue de Cuba y dejo olvidados sus raíces y recuerdos, sintió necesidad de gritar; ¡Soy cubano! Abrazo a su amigo, agradeciéndole traerle de vuelta sus recuerdos, por rescatarlo del olvido, por devolverle ¡El orgullo de ser cubano!

Fotografia cortesia de Rey D’strades, administrador de la pagina de Facebook, Yo extraño a Cuba y tu?

¡Traje conmigo, olor a Cuba!

En abril, escribí, Olor a Cuba! Un artículo que leí sobre los olores y su influencia en los recuerdos, lo inspiro. En la memoria, evoque esos olores de mi infancia, de mi juventud, ese olor a Cuba, que siempre, como muchos, llevaré en la piel y en el alma. En mi pasada visita a Cuba, volví a sentir muchos de esos olores, pude disfrutar de ese olor a nuestra Isla, en presente, no en la memoria, ni evocándolo; tangible, un olor sólido, que mas que oler, podía casi tocar con las manos, abrazarme a él.

Sentado en la sala de mi casa, en La Habana, intentando encontrar algún programa de televisión que logre captar mi atención, un olor exquisito invade la casa. Sale al exterior, escapa por las ventanas abiertas. Imagino al vecindario, en éxtasis, disfrutándolo, casi movilizándose y siguiéndolo. Mami, en la cocina, prepara el almuerzo del lunes, disfruto ese olor exquisito, indescriptible, ese olor de la comida de mama, que provoca una fiesta de los sentidos, que revive recuerdos, épocas enteras. Ese olor que solo las mamás pueden crear y recrear a su antojo.

Me recuesto en el sillón, aspiro profundamente. Me encantaría guardar este olor, envasarlo, poderlo disfrutar una y otra vez, usarlo como ambientador de mi casa, allá en Miami, en mi auto. Llevarmelo conmigo y jugarle bromas a mis amigos cuando vayamos a comer a restaurantes, soltar un poco de ese olor y verlos asombrarse y decir; quiero de eso que estas comiendo! Reírme y decirles que tendrían que ir hasta La Habana y decirle a mami; Concha, queremos frijoles colorados y pollo asado! Mami, prepararía cazuelas, encendería hornillas, haría sofritos y el olor bastaría para un disfrute especial, único.

Mis amigos, los que me leen, pensaran que tengo un olfato muy desarrollado, realmente no es así, pero hay olores especiales que me captan y seducen, que me toman de la mano, o de la nariz. Olores que me hacen moverme en el tiempo y en el espacio. El olor de los sofritos de mami, se mezcla con el olor de La Habana, que entra por mi ventana, son parte de un todo, crean una mezcla única, sin interferencia de ambientadores y velas aromáticas. Ese olor nuestro, que nos acompaña siempre. En La Habana, llovizna, el sol, seca los restos de lluvia, esos olores, se mezclan, las flores del jardín, hacen su aporte, respiro hondo, pretendiendo llevarme conmigo ese olor que Cuba, me regala.

Salgo al portal, me siento en la terraza, huelo La Habana, Cuba, mi tierra. Un olor  que me hace cerrar los ojos, que juega con recuerdos y años, olor travieso. Un olor que quisiera guardar, llevar conmigo por siempre, seria como tener a Cuba, a mi madre, mi tierra! Al alcance de la mano. Un olor que vencería nostalgias y ausencias, un olor que prefiero a Chanel y ambientadores. El olor a mi tierra, a mi vida. Un olor que nada supera, un olor que llevo para siempre en el alma y en la piel. No puedo guardarlo en un frasco o en una cajita especial, pero lo llevo conmigo, dispuesto a evocarlo, a recrearlo. Esa mezcla de olores que nos conforma, este olor a  mi ciudad, a mi gente, que me recuerda y reafirma mi condición de cubano. Este olor que va siempre conmigo, con nosotros, guardado, para siempre, en el alma!

Casos y cosas de Cuba.

Viajar a Cuba, aparte del reencuentro con nuestros familiares y amigos, de esa inevitable y esperada fiesta del alma. Es también un choque con realidades. Realidades,  que un día nos fueron cotidianas y hoy nos parecen salidas del mundo del absurdo. Es volver a vivir, Casos y cosas de Cuba!

Después de 3 horas de espera por las maletas y de engullirme uno de los pastelitos de guayaba, destinados a mami, logre salir. Detrás dejaba una línea de personas, esperaban por un carrito para su equipaje. La coincidencia de la Bienal de La Habana y El día de las madres, sobrepaso la capacidad de recepción y atención de un aeropuerto que normalmente no da un buen servicio, a pesar del intento de funcionarios de desearnos feliz estancia y una mejoría general en el trato.

Una vez que “aterrizamos” del todo, nos sumergimos en un mundo donde todo puede suceder.

Recuerdo una conversación que escuché,  entre dos vecinas; llegaron las intimas! Que bueno, voy a buscarlas! Y dobles! Le aclara una a la otra, están dando las de abril también. En abril, no dieron, pobres mujeres menstruantes que tuvieron que esperar hasta mayo! Una de las vecinas, respondió que no iba a cogerlas dobles que resolvía con una cuota, la otra, le respondió con una frase que es todo una oda a la escasez y al humor cubano; niña, si te toca, cogelo! Yo, no pude menos que reírme, si te toca, cogelo!, inventando frases somos unos bárbaros, la candela!

Un día viajamos a Varadero, uno de los lugares donde siempre llevo a mami en mi viaje de mayo. Esta vez, para obviar perdidas de tiempo e insatisfacciones con la comida, preferimos llevar el almuerzo. Un delicioso almuerzo, a la orilla del mar, mientras lo disfrutábamos, un grupo de trabajadores conversaban a nuestras espaldas. Sin querer, terminamos escuchando la conversación, la risa casi nos provoca atragantarnos con la comida. Un trabajador, al parecer encargado de velar por la seguridad de esa área de la playa, decía; quieren un reporte diario de incidencias, qué incidencias, aquí no pasa nada, voy a tener que pagarle a un par de negritos, para que la caigan a piedras a un turista y poder reportar incidencias! Otro trabajador decía; tú, no te preocupes haz como que trabajas, que ellos hacen como que te pagan!

Al finalizar casi la tarde, decidimos regresar a La Habana, nuestra ciudad, nos decía en la distancia; Hasta cuando, no piensan regresar? Mi adicción al café, nos hizo detenernos en el centro comercial de Varadero, buscando un buen café cubano. Nos decidimos por una pequeña cafetería de solo 4 mesas, acogedora y con una enorme taza de café Cubita a la entrada. La dependienta, hablaba por teléfono, asuntos personales, chismes. Junto con nosotros, entro una pareja, tuvimos que esperar que terminara su conversación, interrumpirla podía costarnos un café envenenado o algo peor. Cuando el café estuvo listo, la “dependienta”, nos dijo, vengan a buscarlo, estoy sola en el salón! Sola en el salón de solo 4 mesas! Se imaginaran que no le deje ni un centavo de propina.

En una  visita a las tiendas de área dólar, se me ocurrió hacerle una foto a la mesa-nevera de los productos carnicos. Enseguida se me acerco alguien que trabajaba ahí y me dijo; con esa cámara, no puedes hacer fotos aquí! No hay problema, tengo otra cámara en el auto, voy a buscarla, no usted, no entiende, que no puede hacer fotos. OK, le dije pero esta que hice, no voy a borrarla.

Una tarde, sentados en la terraza, pasa un vecino, le dice a mi hermana; llego el pollo! Pero tocaban huevos, responde mi hermana. Se habrán demorado en traer los huevos y los pollos habrán nacido y crecido, dice el vecino sin detenerse. Nosotros, seguimos saboreando el café de la tarde y riendo. Yo hacia apuntes en mi Black Berry, Casos y cosas de Cuba, un buen nombre para un escrito.