Una madre y su espera.

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Allá donde el tiempo se detuvo y la esperanza aguarda,
Ella se mira al espejo,
Se examina el rostro y los detalles.
No usa maquillajes para ocultar sus años.
Los muestra orgullosa, complacida, son las medallas que le regalo la vida, sus trofeos.
Cada arruga fue una experiencia, una ganancia, una victoria de su fuerza y su constancia.
Recuerda días de llantos y de angustias, de beberse una a una lagrimas y penas,
De esconderlas donde nadie las miraba, siempre fue avara en su tristeza, fue lo único que nunca compartió,
Se basto para vencerlas, sostenida en ella misma, en su sonrisa, que nunca hubo llanto que borrara.

Amanece, el sol, reflejado en el espejo la embellece, siente que vuelve a ser joven, fuerte, vital.
Recuerda días de alegrías, de risas desbordadas, compartidas,
Fue generosa en la dicha, en la sonrisa, las compartió con todos, regalándolas esplendida y sonriente. Las sigue compartiendo día a día.
Revisa unos papeles, los relee, los estruja emocionada junto a su pecho.
Guarda como tesoros los escritos de su hijo, son la mejor medicina a sus achaques, el mejor maquillaje de sonrisas.

Mira el almanaque, los días que faltan ya son pocos,
Se mira de nuevo en el espejo y el milagro de la espera le da fuerza, brios, resta años, ausencias, lejanías.
Suena el teléfono, no se preocupa, sabe que no es día ni hora de llamadas que espera. Deja que otros respondan esta llamada, recuerda los últimos “te quieros”, cada timbre es una caricia en la memoria.

Se mira en el espejo, en el pasado, adivina el futuro y se sonríe.
Vienen a verla familiares y vecinos, le preguntan su secreto, su misterio, su bastarse para vencer la vida sonriendo y susurrando palabras dulces que acarician.
Se mira en los ojos que la admiran, descubre su misterio, estalla a voces su secreto.
– Saben, siempre lo espero, sé que vuelve, debo vivir para cada regreso, mientras él vuelva, debo esperarlo, ¡Sin importar el tiempo ni los años!
Es mi sitio, mi razón, mi gran tarea,
Tener mi abrazo listo, oportuno y necesario, pintando de arco iris nuestro encuentro, estrenando alegrías y sonrisas.

El hombre que amanecio una mañana sin memoria.

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Se despertó temprano en la mañana, se sorprendió con el sol que iluminaba su cuarto. Fue al baño, se miro en el espejo, pensó haber abierto una ventana; no reconoció al tipo del otro lado del espejo. Cerró los ojos, debo seguir dormido, pensó el hombre sin memoria. Volvió a mirarse en el espejo, abrió los ojos, ese era él, sin dudas. ¿Como es posible que no se reconociera, que olvidara su rostro en una noche?

Reviso su teléfono celular, vio los mensajes de texto enviados por amigos. El último decía; estoy llegando. Envío un mensaje a su amigo; ¿Que paso? ¿Me visitaste? Si, tomamos café y conversamos, ¿no recuerdas? No recuerdo nada, ¡He perdido la memoria! Si te sientes mal, ve para el hospital, le grito su amigo en un texto, tranquilo, esto se me pasara pronto, respondió el hombre sin memoria.

Se tomo la presión, estaba bien, volvió a mirarse al espejo, todo parecía bien, todo menos su memoria. En algún rincón de la noche se habían perdido sus recuerdos, desaparecido. Un gran amigo, lo llamó, ¿Como amaneciste? Un no se, fue su respuesta. Su amigo asustado preguntó, ¿Como que no sabes? Sin memoria, no puedo saber como estoy, si bien o mal. Se despidió de su amigo, volvió a mirarse en el espejo, se miro extrañado y confundido. Sus recuerdos eran como una niebla, lejanos incapturables. Volvió a acostarse, tal vez durmiendo se me pase, a lo mejor todo es un sueño.

Despertó recordaba lo sucedido horas antes, su intento de dormir, de despertar del mal sueño, de tener su memoria intacta. No podía recordar, tal vez estoy muerto y no lo se, pensó asustado. Texteo a un amigo, ¿Cómo estas Jose? Los muertos no reciben mensajes de texto pensó. Su amigo le respondió, muy bien, ¿tú? Sin memoria respondió, he olvidado todo, sino fuera por este celular con mensajes y números, no hubiera podido recordarte. Espérame voy para allá enseguida, creo que podré ayudarte, fue el mensaje que recibió de su amigo. 5 minutos después, recibió otro mensaje de texto, si recuerdas como hacer café, ve preparándolo. ¿Hacer café? Claro que lo recuerdo, no he perdido habilidades, solo mi memoria, mis recuerdos.

El hombre sin memoria, abrió la puerta a su amigo.
– ¿Me recuerdas?
– Si y también tu nombre, tengo la sensación de que nos queremos mucho, que nos somos imprescindibles, necesarios.
Si, vamos bien, respondió su amigo, sirve ese café y conversemos.

El hombre sin recuerdos, sirvió el café, ese olor y ese gusto lo estremecieron.
– Hemos compartido muchas veces una taza de café, ¿Verdad?
– Muchas, siempre que vengo te pido que prepares la cafetera, me gusta como la haces y compartirlo, se ha convertido en todo un ritual.
Nuestro hombre sacudió la cabeza, allá dentro algo se revolvía, sentía como una conmoción muy extraña. Terminaron de tomar el café, Jose, le dijo.
– ¿Me dejas revisar tu computadora, registrar tus gavetas?
– Por supuesto, ni siquiera recuerdo lo que tengo guardado.
– Poco a poco, déjame hacer, ya veras, se como convocar recuerdos.

Jose, encendió la computadora, abrió sus albums de fotos.
– ¿Recuerdas? Es tu ciudad, siempre la has amado.
– Si recuerdo esas calles, las he andado muchas veces. Ese es el Parque Central, el Lorca, si los recuerdo.
Le enseño una foto de una señora,
– ¿La recuerdas?
El hombre sin memoria rompió a llorar.
– ¡Cómo olvidarla, esa es mi mamá!
El hombre y su amigo, se abrazaron. Jose le dijo, falta algo mas que debes recordar.
Saco de su mochila, cuidadosamente doblada, una bandera, la abrió de golpe, en un último y supremo intento de convocar recuerdos y memorias.

El hombre que creía haber perdido, para siempre, su memoria, miro la bandera, la acaricio. ¡Es la bandera cubana, nuestra bandera! La tomo en sus manos, la echo sobre sus hombros, protegiéndose de olvidos y desmemorias. Se miro al espejo.
– Gracias mi hermano, creí enloquecer sin mis recuerdos.
– Falta algo mas, marco un número en el teléfono, toma, habla con ella.
– ¡Mami!
– Dos semanas sin llamarme, creí que te habías olvidado de mi, dijo entre risas, en un desborde de alegría y felicidad.
– Imposible olvidarte, lo sabes, mas allá de la memoria y de la vida te recuerdo siempre, un beso mami, te quiero mucho, grito al teléfono, el hombre que amaneció sin memoria una mañana.
– Llévame al mar, necesito sentir el olor del mar, el ruido de olas rompiendo, vamos al mar, allí recuperare totalmente mi memoria, le dijo a su amigo.

Llegaron a la orilla del mar, el hombre que había perdido la memoria, se bajo del auto corriendo, se quito la ropa, envuelto en la bandera, se sumergió en el mar. Estuvo más de una hora, rompiendo olas y convocando recuerdos. Salio, se seco le dijo a su amigo.
– Vamos, tengo que escribir.
– ¿Escribir? Nunca has escrito.
– Tengo que escribir, salvar mis recuerdos de otro olvido, no siempre podrás venir corriendo a ayudarme a encontrar mis recuerdos, mi memoria.

Llego a su casa, sin quitarse la sal del cuerpo, aún envuelto en la bandera y mirando las fotos de La Habana y de su madre, empezó a contar la historia de su vida, sin prisas, sin lagunas, reuniendo sus recuerdos uno a uno. Se volvió a su amigo que lo miraba escribir.
– Sabes perder la memoria es como morir, no haber vivido. Ahora que recuerdo hasta el día y la hora exacta en que nací, las calles y lugares de mi ciudad, los besos y caricias de mi madre, ahora, se que estoy vivo. Llegue a pensar que había muerto, perder los recuerdos es morir un poco o un mucho. Gracias amigo, me quedo con la bandera, mirarla en las mañanas, me hará bien. Mi bandera, la foto de mi madre, y mi ciudad, mis amigos, me servirán de ancla y almacén de los recuerdos.

Se abrazaron fuerte, muy fuerte, en un abrazo que ni una mañana sin memoria, podría borrar de los recuerdos.