Olas.

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Esas olas que rompen contra el muro,
Que salpican la ciudad y nuestras almas.
Esas olas que saludan mi regreso, se vistieron de adiós,
En mi partida, intentaron seguirme, aún me buscan.

Esas olas que llevan y traen suspiros y sonrisas,
Carcajadas y gritos, que cuentan los días del regreso.
Esas olas y yo tenemos una historia, salpicada de gotas y de lágrimas.

Esas olas, borraran un día las distancias,
Saltaran más de un muro gigantesco,
Lavaran la ciudad de angustias, penas, adioses sin regreso.
Esas olas, se llevaran para siempre la tristeza.

Esas olas, nos bautizan de esperanza, mientras juntos,
Esperamos fundirnos sin distancias.

Salvando mi memoria y los recuerdos.

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Ahora que solo confundo lugares y olvido nombres, que conservo intacta mi memoria, que atesoro recuerdos y momentos, es el momento exacto de un recuento. De almacenar lo mas valioso, lo que no debo olvidar, ni aún en el olvido o la demencia.
Antes de terminar como la vieja Eulalia, dando brillo sin final a objetos y recuerdos, con la mirada perdida en el pasado. Quiero hacer un balance necesario, guardar para el olvido mis tesoros, mis mejores momentos, mis rostros mas queridos, mi ciudad, mi gente y mis palabras.

Hare un álbum inmenso, donde guarde fotos, diálogos, personas, amigos, hermanos. Escribiré en la puerta de mi casa un cartel enorme que recuerde; ¡Abrir el álbum cada mañana y cada noche! En la portada, la foto de mi madre sentada sobre mi, mientras la beso, sin comentario, sin palabras. Aún en el olvido más terrible, sabré que es ella, recordaré su aliento y sus abrazos.

Mis hermanos, mis amigos, todos tendrán su sitio exacto. Allí estarán sus fotos, nombres y sus huellas. Cuando vayan a verme, en algún sitio con luz, allá en La Habana, les diré entre risas; estas aquí, mira. Les mostrare sus fotos, los mirare con ojos de pasado, recordare cada instante compartido.

Estarán también todos mis escritos, los buenos y los malos; a todos los amo, no es culpa de ellos no ser mejores, solo es mía. Entre ellos, una foto de mi musa con su nombre y un comentario; todo empezó una tarde de noviembre cuando soplo el polvo de mis alas, no hará falta más en el recuerdo.

Tendré montones de fotos de La Habana, de sus calles, muros y su gente. Un breve; Mi ciudad, desatara memorias, olas. Andaré por sus calles en el recuerdo. Salvare para mi olvido, sus adoquines, sus huecos, sus columnas, sus largas caminatas, su alegría. Mirare sus fotos y uno a uno, se harán presentes instantes de mi vida.Convocados por la magia de mis raíces, escaparan del olvido o la demencia.

Guardare en un álbum mi memoria, no olvidare un detalle. Cuando abra mi álbum, cada día, entre colibríes y sinsontes, olas y soles; mariposas del recuerdo, alegraran mi vida, salvada, para siempre del olvido.

¡Traeme La Habana y a mi madre!

Nadie sabia exactamente, como había salido de Cuba, ni siquiera el día de su llegada a Miami; apareció un buen día en la ciudad. A pesar del auto, regalo de un tío, gustaba de caminarla, en un intento de hacerla suya, de descubrir misterios. No, esta no era una ciudad para caminar, se dio cuenta muy pronto y decidió hacerla suya de otro modo; triunfando. Poco a poco fue conquistando el éxito, haciéndose parte imprescindible de  negocios e inversiones. Sin proponérselo, casi como un don, muchos lo miraban como ejemplo de emprendedor, de cubano luchador y tenaz en sus empeños. El éxito le sonreía o mejor aun; él sonreía al éxito, lo seducía y lo ganaba, se le entregaba como una amante, sin fuerzas para resistirse a sus mañas. Era popular, mas de lo que le gustaría, ser un tipo sencillo, de barrio, a veces no combina muy bien con tanta popularidad.

Nunca regreso a Cuba, no volvió a recorrer esas calles de la Habana. Cuando hablaba de su ciudad, sus ojos se humedecían y su voz adquiría un tono especial. En el fondo, a pesar del carro lujoso, de sus propiedades, de su triunfo, seguía siendo aquel muchachito que andaba las calles habaneras, persiguiendo el amor y sus sueños. El, como muchos, había cambiado solo en apariencia, por dentro era el mismo. Su tesoro mejor guardado eran sus recuerdos. A solas en su habitación, cerraba los ojos, viajaba en el tiempo y el espacio. Se veía entrando a su casita allá en su barrio y abrazando a su madre, sentándose junto a ella y hablando del día, como hacían siempre al llegar de la Universidad. Recordaba aquel día que se gradúo; recibió su diploma, fue hasta donde estaba su madre, se arrodillo ante ella y se lo entrego. Se besaron entre lagrimas, casi paralizan la ceremonia, todos olvidaron por un instante lo que sucedía para mirarlos solo a ellos. Por más que había intentado traer a su madre, siempre sus intentos se estrellaban contra prohibiciones y tramites, papeleos y absurdos.

Los que lo conocían y sabían cuanto añoraba a su ciudad  y a su madre, le preguntaban siempre por qué no regresaba.

– Vuelve a ella, aunque solo sea un par de días, le dijo un amigo.

– No puedo, quisiera, pero no puedo. Dios, sabe cuanto deseo poder volver, aunque fuera solo un instante. Una caminata, un abrazo y me regreso.

No explicaba las causas, muchos se imaginaban que se jugaba la vida en ese regreso y no insistían. Su respuesta, no dejaba margen a más preguntas.

No bastaban sus éxitos, estar rodeados de amigos. Su ciudad, la nostalgia por ella, eran un vacío que nada lograba llenar. Hasta comenzó a escribir sobre La Habana y su madre, en un intento de traérselas, de inventárselas en el recuerdo. No enseñaba a nadie sus escritos; eran solo para él, un desahogo de su alma y añoranzas. Inventaba historias de amantes que nunca tuvo, vivía aventuras en esas calles perdidas en el recuerdo y en la historia. Creaba y recreaba personajes y sitios, intentaba traer a su ciudad que como amante esquiva le hacia guiños antes de desaparecer ante él, cuando casi creía tenerla al alcance de la mano.

Un día, una amiga en su página de Facebook escribió; ¡Esta noche, me duele La Habana! Termino de leer la frase  y se llevo las manos al pecho, como si un infarto súbito fuera a terminar con su vida; su ciudad le dolía cada día, cada instante, con un dolor constante y cortante que le traspasaba el alma y los recuerdos. La Habana, dolía a muchos en la distancia, pero su dolor tenia una intensidad y un desgarramiento terrible para él. Sin ella, estaba incompleto, impar, perdido, se la inventaba en cada esquina, en cada recuerdo; constante fantasma que jugaba a los escondites, en esas calles perdidas en la memoria. Una ciudad en la distancia, puede ser como una amante, reclamando sus derechos, llamándonos. Si allì vive nuestra madre, la ciudad puede convertirse en el centro de la vida y los recuerdos.

En su intento de reinventarsela, busco entre conocidos pintores, uno que fuera capaz de pintarla, tal y como la soñaba, en las paredes de su casa. Creyó haber encontrado al mejor, lo contrato. El pintor, empezó su obra con entusiasmo. El hombre que extrañaba a La Habana, le hablaba de su ciudad, de sus recuerdos. El pintor iba creando lo que creía interpretar de sus historias. No conocía  esa ciudad de la que le hablaba. Cuando termino la primera pared, se la mostró orgulloso. Víctor la miro con tristeza y decepción.

– No esa no es mi Habana, exclamo triste y desilusionado.

Le pago al pintor y mando a pintar la pared de azul, así al menos le parecería mirar al cielo de su ciudad. Hay ciudades que no pueden atraparse en pinturas y escritos, por mas que se intente; pensó Víctor, mientras miraba la pared, recién pintada de azul.

Una vez estuvo muy enfermo con fiebre muy alta, tuvo alucinaciones; su ciudad alucinante, se aparecía una y otra vez en su habitación del hospital. Traía sus fantasmas que jugaban traviesos en su cuarto. Cuando se recupero, volvió a intentarlo todo por visitarla. Esas visiones que tuvo, se le aparecían noche tras noches, extendiéndole los brazos, invitándolo a amar. Hizo gestiones, compró pasaportes falsos, pensó en hacer el viaje desde Europa. Le contó sus planes a su mejor amiga, ella lo miro a los ojos.

– Estas loco, sabes que te juegas la vida, ni tu madre ni tu ciudad, quieren verte entre rejas o muerto.

Víctor, bajo los ojos y lloró en silencio, un llanto contenido por años, lagrimas con sabor a mar y rocío, sollozos con ruido de palmas al aire y olas golpeando contra el malecón. Un llanto por recuerdo y raíces, incontenible y necesario.

– Tienes razón, toda la razón del mundo, respondió.

Días después, Nora, su  mejor amiga fue a visitarlo, se sentaron juntos a conversar. Hablaron de mil cosas, hasta que ella se decidió y le dijo.

– Te tengo noticias, buenas noticias; hay un pájaro extraño, vive en las montanas de  África, si sabes entrenarlo bien, pronto tendrás la solución a tu problema.

– No pretenderás que el pájaro me lleve hasta La Habana, me atrevo a todo, pero eso es imposible.

-Tranquilo Víctor, el sabrá como ayudarte, depende de ti saber que hacer con él. No te preocupes por nada, aunque estamos en agosto, este pájaro será mi regalo por Navidad, mañana debes recibirlo. Es una mascota especial, ha ayudado a muchos como tú

Víctor, se despertó temprano, estaba ansioso. Paso la noche soñando con un pájaro enorme que lo cogía con el pico por el cuello y cuando estaba sobre La Habana, lo dejaba caer. Despertaba sudando y gritando, su miedo a las alturas, convertía este sueno, en una terrible pesadilla. Temprano tocaron a la puerta, en el portal, una caja enorme, firmo los papeles, entró la caja a la casa y llamo a su amiga.

– La caja es enorme ¿Qué clase de pájaro me has regalado, no será un cóndor?

Su  amiga río.

– Tranquilo, abre la caja y déjalo hacer, es muy inteligente.

Víctor, abrió la caja, un pájaro casi de su tamaño, con un pico enorme, lo miro fijo  a los ojos, como intentado adivinarle el alma y los recuerdos.

Los días pasaron, Víctor y el enorme pájaro, se hicieron amigos, muy buenos amigos. Cuando escribía, el pájaro con el pico apoyado en su hombro miraba detenidamente a la pantalla de la computadora, como si entendiera, tal parecía que podía leer. Si Víctor, se entretenía mirando fotos de La Habana, el pájaro se sentaba a su lado y las miraba, a veces una llamaba su atención y la apuntaba, con su pico.  Cuando Víctor se emocionaba y se le humedecían los ojos, creía adivinar lágrimas en los ojos del singular pájaro. Su nuevo amigo no hablaba, solo le faltaba eso para ser perfecto.

Una noche, Víctor, sintió un dolor terrible, se llevo las manos al pecho y cayo al suelo, parecía muerto. El pájaro fue a la cocina, casi trajo a rastras a la criada que llamo a amigos, ambulancias y doctores.

– Llévenlo a su cuarto, dijo su medico personal.

– No sobrevivirá si lo movemos de aquí, su estado es muy delicado.

Alguien pretendió impedir que el enorme pájaro entrara al cuarto. La mejor amiga de Víctor, la misma que se lo había regalado, fue tajante.

– Déjenlo entrar, tal vez de todos, a él es a quien mas necesita.

El pájaro, se quedo a su lado, junto a la cama donde yacía Víctor, debatiéndose entre la vida y la muerte, entre recuerdos y realidades. De pronto, Víctor abrió los ojos, miro fijo al pájaro y en un susurro que tenia la fuerza de un grito, la intensidad de un alarido, le dijo.

¡Tráeme La Habana y a mi madre, por favor!

Nora, su eterna y fiel amiga, abrió de un golpe el enorme ventanal del cuarto, el pájaro miro a Víctor y emprendió vuelo al sur.

Pasaron dos días, Víctor, seguía grave, debatiéndose entre la vida y la muerte, según los médicos, solo un milagro podría salvarlo. Por órdenes expresas de Nora, las ventanas del cuarto permanecían abiertas día y noche, en espera de algo que solo ella sabia. Una tarde, cuando el sol comenzaba a esconderse, se escucho un fuerte aleteo, el enorme pájaro irrumpió en el cuarto, trayendo en su pico algo extraño que no lograban saber que era. Víctor se incorporo, miro al pájaro que sacudió su pico con fuerza llenando el cuarto de olas rompiendo contra el muro de todos, lloviznas de mayo, girasoles, vendedores ambulantes, grillos y palmeras. Volvió a sacudir su pico y ante médicos y amigos asombrados pedazos de La Habana aparecieron en el cuarto, calles, muros, casas. El pájaro dio una última sacudida a su pico y apareció una viejita de pelo blanco, hermosa a pesar de los años, traída de la distancia y el recuerdo, sin permisos ni papeleos.

-¡Mama! Grito Víctor, estremeciendo las paredes y a los presentes. Se levanto de la cama arrancándose sueros y aparatos.

Se abrazaron salpicados por las olas que rompían contra las paredes del cuarto, se besaron entre mieles, girasoles y humo de tabaco. Su madre y su ciudad hacían el milagro de salvarlo.

Desde un rincón el pájaro y Nora los miraban con lágrimas en los ojos. Habían planeado juntos hasta el ultimo detalle desde hacia tiempo. Los milagros, llevan a veces el nombre de nuestros mejores amigos y afectos.

Fotografia de una pintura de Fuentes Ferrin, destacado pintor cubano que reside en Houston

¡Lagrimas!

Un día le preguntaron; cuando empezaste a llorar? No recuerdo, solo sé que hace mucho tiempo, prefiero no dar fechas exactas, no quiero meterme en problemas, agrego, es mejor así.

Todos los que lo conocían, lo recordaban siempre con lágrimas, no sonreía nunca. Asistía a teatros, comidas, fiestas, conversaba, mientras de sus ojos brotaban lagrimas, inagotables e incontenibles. No  importaba el lugar, ni la celebración, su llanto no cesaba. Ya se había acostumbrado a él y podía conversar, leer y hasta dormir, mientras lloraba.

Un grupo de amigos, reunió dinero, decidieron que viera a un oftalmólogo. El doctor, luego de guardar el cheque, lo reviso, le hizo algunas pruebas, fue breve; no tiene ningún problema orgánico, sus ojos están bien, en mi opinión, debería ver a un siquiatra. Ah y que tome mucho liquido, podría deshidratarse un día de verano intenso.

Sus amigos, decidieron reunir más dinero. Estaban decididos a llegar a la raíz del problema, esas lágrimas incontenibles, tenían que tener una explicación. Tardaron un poco en reunir el dinero, los siquiatras, no resuelven mucho, pero si cobran caro y sus amigos, querían pagarle el mejor. Cuando completaron la cantidad, hicieron una cita. El siquiatra, estuvo una hora conversando con él, salio con lagrimas en los ojos, devolvió el dinero que le habían dado; no tiene nada que yo pueda curar, dijo, mientras se enjugaba una lagrima.

Sus amigos, se desesperaron; qué le habrá contado al siquiatra, qué historia terrible logro conmoverlo, se preguntaban, sin encontrar  respuestas. Decidieron hablar con un cura, tal vez una confesión lo ayudaría a liberar su alma y detener su llanto. Buscaron al más humano de todos los curas, al más sencillo. El día de la confesión, sus amigos, lo llevaron casi a la fuerza; ustedes saben que no soy religioso, vamos, hazlo por nosotros, tal vez eso te ayude. A veces los amigos, de tanto que insisten, nos hacen acceder a sus pedidos. La confesión duro 3 horas. El cura salio secándose las lagrimas con la sotana, no dijo una palabra, fue directo al altar y de rodillas, paso horas orando.

Una santera, eso es lo que necesita, dijeron sus amigos, recorrieron la ciudad buscando la mejor, la mas famosa, cobraba caro, pero ellos, estaban decididos a todo por ayudar a su amigo, querían verlo sonreír.  Esta vez si que no, dijo con fuerza, mientras se aferraba a su sillón; no voy a ir a ver a la santera! Sus amigos intercambiaron miradas cómplices, se fueron. Una hora más tarde, acompañados de la santera, entraron en la sala de su casa, venia cargada de bultos. Quiso protestar, la santera hizo un gesto que lo hizo callar. Sus amigos, dijeron; nos vamos, es mejor dejarlos a solas; no hace falta, aquí no habrán misterios ni hechizos, dijo la santera.

La santera, agitando sus collares y los vuelos de su bata cubana, abrió de golpe uno de su bultos, saco una bandera cubana inmensa, que cubrió toda la sala. De otro bulto, saco girasoles, tocororos y colibríes, de un saco inmenso salio el sol de Cuba, un olor a mar y un ruido de olas rompiendo contra el malecón  los salpicó a todos,  los estremeció. De un bulto inmenso, saco palmeras, tierra recién arada, olor a campo. Miro a los ojos al hombre de las lagrimas y fue exacta y precisa en su palabras; si no puedes ir a Cuba, que Cuba, venga a ti, pero basta de llorar por tu tierra, las lagrimas, no arreglan nada. Es hora de hacer y no de llorar.

Sus amigos, se sorprendieron, poco a poco se secaron las lagrimas de sus ojos y una tímida sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro, mientras acariciaba su bandera y hundía sus manos en su tierra, salpicado por las olas, respirando profundo el olor de su origen. Miro a la santera a los ojos y le pregunto; y  que hago? Eso lo decides tú, todos tenemos que hacer algo, llorar, no arregla nada!

Fotografia de Yohandry Leyva.

La Habana y el mar.

La Habana, es una ciudad tendida al mar. No le basto una bahía o una costa, decidió estar recostada al mar. Se agencio donde descansar, especie de cojín o almohada y le llamo malecón. Las olas la bañan y refrescan. El mar y La Habana, se mezclan, se confunden tierra y mar intercambiando límites y sueños.

Los habaneros, amamos el mar, pertenecemos a él, tanto como pertenecemos a la tierra. Necesitamos la brisa del mar, una buena ola rompiendo cerca, nos alegra el día. Tengo un amigo que me dice siempre que el mar cambia mi estado de ánimo. No importa si tuve una semana difícil, ni el stress acumulado, basta una ola y aparece la sonrisa. Es el mismo mar que rompe contra el malecón, olas que van y vienen, con mensajes de amor de la ciudad a sus hijos. Olas que llevan de regreso un no te olvido gigante y un beso eterno.

Hay ciudades sin mar, incompletas. Para nosotros, mar y ciudad, van unidas. Tuve la suerte, de tener el mar casi al doblar la esquina, al alcance de la mano. Iba caminando a tomar el sol y darme un baño de mar en la costa, un par de tenis viejos, una toalla y casi estaba listo para el encuentro habitual. A veces, iba solo a sentarme frente al mar, saberlo cerca, alejaba preocupaciones, ensanchaba el pecho.

El mar esta presente en La Habana de un modo especial, no es un complemento o un marco, es parte activa e importante de una ciudad que empieza en el Almendares y no termina en la costa, que tal vez sigue más allá y se convierte en ola. A veces, el mar ha querido llegar mas adentro de la ciudad, salta el malecón, desconoce barreras y visita viejos conocidos. Llega allí, inesperadamente y entre sustos y risas, sus amigos lo reciben. Al mar se han lanzado muchos tras un sueño, algunos lo alcanzaron, otros quedaron en el mar . El, los guarda para siempre.

Mi madre, habanera de pura cepa, ama al mar entrañablemente. Cuando éramos niños, nos llevaba a ver a su viejo amigo. Juntos pasábamos días maravillosos, mi madre, el mar y nosotros. Siempre que regreso a La Habana, dedico al menos un día a visitar al mar, no voy solo nunca, llevo a mi madre. Ella acumula carcajadas durante todo el año, luego las despilfarra feliz durante mi visita. Sus mejores risas, son siempre en el mar, reímos los dos como niños. El mar, nos agradece la visita y nos regala sus mejores olas.

El mar, me recuerda mi ciudad y mi madre, a ambas las baña, refresca y alegra, ambas lo aman, no serian las mismas sin él. Yo, tampoco seria el mismo sin él. Nosotros, seriamos otros, sin el malecón y las olas rompiendo, sin la bahía, sin el mar tragándose al Almendares. Sin esa brisa, seriamos otra ciudad diferente. Por suerte, mar y Habana, están unidos para siempre, como una ola gigantesca que salta muros y fronteras ,que nos inunda el alma. Que un dia, recogera a todos sus hijos y los llevara de vuelta, segura de su fuerza y de su amor, indetenible!